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Agapito Maestre

Farsa política y periodística

La inteligencia periodística dominante en nuestro país se ha entregado casi por completo el particularismo de los secesionistas.

La inteligencia cede cada vez más ante un populacho altamente ideologizado por los golpistas de Cataluña. Temámonos lo peor. La Universidad catalana de la última década ha experimentado un desmantelamiento de su estructura de racionalidad muy parecido al que sufrió la Universidad alemana de los años treinta. De la prensa y los medios de comunicación se podría decir algo parecido, o peor, porque la enfermedad de los grandes medios de comunicación de Cataluña se ha extendido por toda España. Sí, la inteligencia periodística dominante en nuestro país se ha entregado casi por completo el particularismo de los secesionistas. El tertuliano, comunicador o periodista hegemónico en todos los grandes medios de comunicación, incluida TVE, ha aprendido con rapidez un adecuado desprecio por las cualidades políticas, morales e intelectuales de la Constitución de 1978.

La falta de convicción, la vanidad y el servilismo son fáciles de distinguir en los comentarios que se hacen en la radio y la televisión, y se escriben en las columnas de opinión de la prensa española; por ejemplo, las barbaridades dichas y escritas contra las sencillas reacciones de solidaridad de los ciudadanos de Barcelona y toda España con la Guardia Civil y la Policía Nacional son propias de mentes entregadas en cuerpo y alma a los golpistas. Los periodistas parecen haber renunciado definitivamente al noble oficio de informar o investigar sobre los valores de un pueblo, de unos ciudadanos sencillos, que solo defiende la Constitución española, cuando prácticamente toda la casta política se dedica a repartirse los despojos de la vieja unidad de España. Las muestras de solidaridad de esos ciudadanos son, sencillamente, una expresión más, una conclusión casi lógica, de la crisis de representación política que vive la sociedad española. Se trata de algo obvio: los políticos van por un lado y la sociedad por otro. Eso lo ve hasta el más estulto, pero los periodistas lo ocultan, o peor, promocionan el golpismo del secesionismo catalán basado en la ideología más reaccionaria y casposa del siglo XIX: el nacionalismo identitario.

La ciudadanía española está librando una dura batalla en Cataluña contra la plebe, una chusma fanatizada por golpistas profesionales, pero la prensa española en general, y los columnistas políticamente correctos en particular, les llaman radicales de derechas o no sé qué cosas raras. Es una prueba más del desmantelamiento de una institución clave de cualquier Estado de Derecho, la prensa libre, es decir, la creación de una opinión independiente a favor de la principal ley sobre la que sostiene la vida pública y privada de un país, la Constitución. La mayoría de la inteligencia de los medios de comunicación, junto a la inteligencia política catastróficamente representada en el Parlamento español, está a punto de desaparecer arrastrada por unas masas secesionistas a las que consideran en posesión de una verdad superior a la Constitución y a la propia historia de España.

Desaparecida la inteligencia periodística, levantemos cabeza mirando al pasado, porque, como decía el clásico, "la historia siempre se repite; la primera vez, como tragedia; la segunda, como farsa". En efecto, porque ignoramos la historia calumniamos nuestra época. Siempre fue así. Nos engañaron unos cuantos años de calma. Ahí está todo. Creímos que la famosa Transición había refinado las costumbres violentas del secesionismo catalán a la par que había erradicado la indolencia cleptómana de la casta política. Nos equivocamos. No valoremos, pues, más nuestra época que cualquier otra pasada, por ejemplo, la España de 1934 o la Atenas de Pericles. Yo por mi parte no lloraré por haberle dado mi apoyo a un hombre sin contextura política y limitadísimo cuajo moral, rodeado de 13 ministros y 25 secretarios de Estado con aún menos luces y corajes que él, sino que como vengo haciendo, desde hace años, con la escasez de mis fuerzas solitarias, seguiré ofreciendo soluciones para sobrevivir en el fracaso de Expaña (sic) con cierta dignidad. No nos lamentos y abrámonos a la esperanza que nos ofrece la fatalidad de esta trágica España. Asumamos nuestro destino con cierto orgullo. Sigamos levantando acta del horror patrio. Y a esperar. ¡Quizá aguante Ciudadanos! ¿Quién lo sabe?

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