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Agapito Maestre

Gritos contra la vacuidad

Después de ser enterrado Fernando Trapero, en el pequeño pueblo de Ávila, uno de sus amigos dio tres vivas desgarrados. Gritó con dolor y sin virulencia: viva Fernando, viva la Guardia Civil, viva España.

La prensa del domingo estaba vacía. Tan vacía como los políticos que se preparan para las elecciones. Todo era inane. Un ambiente vanidoso inundaba la prensa del día 9 de diciembre. La vacuidad reinaba a sus anchas. El diario de Prisa abría con una extrañeza, una cosa rarita, un absurdo proceso penal contra el moribundo Fidel Castro. El director de El Mundo nos soltaba doce folios sobre muñecas rusas imposible de terminar. El ABC nos golpeaba con una entrevista a Ruiz Gallardón sin sustancia alguna. Todos quieren cerrar el libro de las negociaciones entre Zapatero y ETA. Todos quieren hacer vacaciones. El nihilismo es estación de destino. El nihilismo, sí, y el dinero. Ocultar lo real a través del nihilismo parecía el objetivo común de los medios de comunicación y de los políticos profesionales.

Nadie recordaba con sinceridad los últimos asesinados por la banda criminal ETA. Nadie sentía tristeza por los dos guardias civiles enterrados. Nadie quería tratar qué pasó en El Tiemblo. ¿El Tiemblo? Sí, el pueblo del último asesinado por ETA, el pueblo que acogió los restos mortales de Fernando Trapero, se manifestó contra ETA. Los padres de Fernando, dando una lección de ciudadanía difícil de hallar en los políticos profesionales, portaban la pancarta que exigía acabar con ETA. Pero es menester decir que este suceso vale por toda la prensa del domingo. Sí, después de ser enterrado Fernando Trapero, en el pequeño pueblo de Ávila, uno de sus amigos dio tres vivas desgarrados. Gritó con dolor y sin virulencia: viva Fernando, viva la Guardia Civil, viva España.

Esas voces de sufrimiento envueltas en lágrimas reflejaban con precisión el ambiente moral, el paisaje y los hombres de España. Esas voces fueron ocultadas por el silencio clamoroso de la prensa del domingo y por la huida de los políticos profesionales de sus responsabilidades con los muertos por España. Ante ésos tres vivas, ante esas tres afirmaciones de la vida, el resto, el silencio de los políticos y el ocultamiento de la España real por parte de los medios, es vanidad. Ese vicio que disimula su virulencia, como una droga. Adormila a su víctima en un sentimiento de felicidad, en un mareo de la propia grandeza que con razón se llama engreimiento, que termina por contagiar a quien él se acerca.

O renunciamos, según nos aconsejaba Hobbes, a ese placer del ánimo, a esa alegría que reside en que exista alguien en comparación con el cual uno pueda tener un alto concepto de sí mismo, o sea la vanidad, o nos unimos a los tres gritos de El Tiemblo. Quien quiera escapar de esta disyuntiva sepa que llegará tarde a todo. ¿Tarde para qué? Para vivir como un ciudadano español, o sea, con desasosiego democrático porque la nación está a punto de desaparecer.

En España

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