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Agapito Maestre

La Europa agónica y las listas electorales

Entre el desengaño de la razón y la fe, los ciudadanos prefieren abstenerse. Los partidos políticos se lo han buscado.

Europa está moribunda. Parece que algo que viene desde muy atrás, como diría María Zambrano, se ha quebrado en los europeos de ahora. Unos se niegan a conocerla para no seguirla, su obsesión es comenzar de nuevo, y otros se obstinan en conocer sólo una parte de su pasado para no traicionarla, tratan de vivir instalados en una burbuja, una irrealidad. Se engañan. Son placebos para no enterarse de que Europa está en ruina. Moribunda. Entre una lógica de deseos ciegos y una razón sin vitalidad, Europa parece no interesar a nadie. La idea supranacional de Europa no parece plausible. Los nombres de las listas electorales de los Veintisiete son un reflejo de esa agonía. No están los mejores ni tampoco los que tienen más ilusiones.

Parece que la única Europa posible es la de unos partidos políticos más anquilosados que sus Estados. Sí, pocos partidos políticos no reservan para el Parlamento Europeo a los más dóciles o a los más díscolos, a los más desgastados o a políticos susceptibles de molestar al jefe. Más que un lugar de discusión vivo y dinámico, los partidos políticos europeos tienen al Parlamento Europeo como un lugar de viejos elefantes o gentes con falta de pulso político. En fin, parece que el Estado de Partidos, dominante en la Europa de los Veintisiete, tiene poca fe en la renovación política que pudiera surgir del próximo Parlamento Europeo. El Estado, sí, de Partidos que es hoy Europa tiene tan poca fe en esa institución como los gobiernos confianza en las soluciones que ofrecen el Consejo y la Comisión, las otras grandes instituciones europeas, para superar la actual crisis económica.

La falta de confianza de la cúpula de los partidos en las instituciones europeas es pareja al desprecio o, dicho más suavemente, al desinterés que tienen los ciudadanos por participar en las elecciones europeas de junio. Los ciudadanos europeos dan la espalda a unos partidos más preocupados e interesados por los salarios de sus profesionales que por construir algo digno, o sea, a la altura de una Europa democrática. Los vaticinios de las encuestas sobre la participación en las próximas elecciones europeas son escandalosos. Si en verdad el índice de abstención, según todos los estudios demoscópicos, roza el 67% del electorado, entonces puede concluirse que la legitimidad de los que salgan elegidos está como mínimo cuestionada.

Será menester que los futuros electos tomen en cuenta este dato, es decir, la falta de confianza que tienen en ellos los ciudadanos, o Europa será una inmensa filfa. Si los futuros electos creen que con sólo una participación del treinta por ciento del electorado están legitimados para ejercer sus cargos, entonces es que no tienen corazón ni ideales democráticos. En fin, si alguien con esos datos en la mano no siente vergüenza de sus políticos, entonces es que no sabe qué es democracia.

¿Qué nos cabe esperar? Desesperación o rabia de vivir. Entre el desengaño de la razón y la fe, los ciudadanos prefieren abstenerse. Los partidos políticos se lo han buscado.

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