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Agapito Maestre

La incorrección correcta

Señor mío, ¿quién descalifica más a la institución? ¿Quien le pide una sentencia rápida y justa sobre la constitucionalidad del Estatuto de Cataluña o el propio Alto Tribunal que lleva tres años riéndose de todos los españoles?

Reconozco que leo las entrevistas con determinados personajes de la justicia española con renovado interés, pero al rato se me caen de las manos, o peor, me parecen tan miserables y políticamente correctas que terminó por cabrearme y arrojarlas a la papelera. A veces, con mucho esfuerzo, consigo leerlas enteras; es el caso de la realizada ayer por el Foro de El Mundo a Ángel Juanes, presidente de la Audiencia Nacional. Aunque reconozco que las desiguales respuestas del entrevistado son fruto del formato de la entrevista, creo que hay un hilo vertebrador de todas las opiniones del presidente de la Audiencia Nacional: nadar y guardar la ropa. Corrección, corrección y corrección. Nada. O peor, corporativismo.

Este profesional de la justicia no ha conseguido interesarme demasiado con sus respuestas; o peor, cuando me interesa, desgraciadamente, es porque pudiera llegar a hacer una cosa y la contraria. Peligro. El presidente de la Audiencia Nacional tiene mucho peligro. Pero, sobre todo, no consigue trasmitirnos qué es lo que desea aportar a la justicia española desde un puesto de tan alta responsabilidad. No tiene conciencia de querer ser él mismo, incluso llegado el caso no quiere tener plena conciencia de sus radicales defectos y de los de la institución que preside. El presidente de la Audiencia Nacional más parece un político al uso que un jurista con ideas firmes y claras.

El presidente no se atreve a interpelarse a sí mismo. No quiere indagar en ese fondo insobornable que hay en todo ser humano, incluso en el de un juez, para decirnos cuál sea el resultado de su balance vital como profesional del Derecho y quizá también de la Justicia. Tres ejemplos son suficientes para no esperar demasiado de este presidente de la Audiencia Nacional. Primero, preguntado por las responsabilidades de la Audiencia Nacional en el caso 11-M, especialmente sobre los fallos a la hora de controlar el flujo de las pruebas y su conservación hasta que se hubiera llegado al pleno conocimiento de los hechos, no sólo no contesta sino que remite a la opinión de un miembro del foro de El Mundo, y colaborador del periódico, Enrique Gimbernat, que da por buena la sentencia del 11-M. Eso se llama picardía política. Un golpe bajo a los asistentes al Foro de El Mundo.

Segundo, interrogado por el posible sobreseimiento del caso Faisán, aunque reconoce de boquilla que sería bueno descubrir al responsable del chivatazo, admite de buen grado que esta es una causa más que puede sobreseerse. El tercer ejemplo ya no es que se ponga de perfil, ojalá, sino que casi amenaza con perseguir a quienes critiquen al tribunal más desprestigiado de toda España, el Tribunal Constitucional. Dice este buen hombre que "los juicios paralelos tienen que tener un límite y quizá haya expresiones o influencias tan notables sobre el tribunal que creo que van más allá de lo tolerable. Descalificar a las instituciones es grave". Pero, señor mío, ¿quién descalifica más a la institución? ¿Quien le pide una sentencia rápida y justa sobre la constitucionalidad del Estatuto de Cataluña o el propio Alto Tribunal que lleva tres años riéndose de todos los españoles?

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