Asqueado del comportamiento del Gobierno ante la muerte de un hombre en un cuartel de la Guardia Civil, salgo de Madrid para hablar del Quijote. Invitado por un grupo de amigos, que forman algo parecido a una Universidad de Verano pero más seria, fui a contarles durante un rato mi visión del clásico, en el cuarto centenario. Los ilustrados hombres que me invitan viven en un pueblo manchego. Quería hablarles del estoicismo y el amor contenido en la obra, pero me cortaron mucho antes por no saber situar el lugar exacto de La Mancha del que no quiere acordarse el protagonista. Yo creía que este asunto era una polémica estéril, y lo sigo creyendo, pero logró terminar con mi charla. O sea tengo la sensación de que todo fue un fracaso. Una parte del tiempo que me concedieron lo dedique a criticar al Gobierno, porque había tirado el dinero más para ocultar una obra que para promocionarla. Quizá sea verdad lo que dije, pero consumí tanto tiempo para justificarlo que me sentí fracasado.
Lo mismo me sucedió con la segunda parte de la charla, pues también yo, como mis anfitriones, tenía que decir algo sobre cuál era el lugar exacto del que don Quijote, o su creador Cervantes, no quería acordarse. También fracase, pero aquí doblemente, pues, como no quería comprometerme por tal asunto, mis amigos me acusaron de no tener ni idea de las investigaciones más avanzadas para averiguar el maldito lugar de dónde partía a buscar aventuras don Quijote. No dieron por concluida mi charla, pero lo cierto es que la discusión sobre esa bobada, según mi parecer, se alargó tanto que ya no pude hablar de lo que había preparado. Ni siquiera pude apuntar la cuestión del amor teniendo presente las diferentes versiones que Cervantes ofrece de los primeros versos del romance de Lanzarote: “Nunca fuera caballero / de damas tan bien servido / como fuera Lanzarote / cuando de Bretaña vino.”