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Agapito Maestre

Luz del domingo

Quizá se refiera usted a Houellebecq, dije yo sin que nadie me preguntara, e inmediatamente replico el librero: “Ni se moleste, señora, por la novela de ese tipo. Es una castaña y, además, yo no la tengo”

Desde que las librerías sólo venden novedades, cualquier cosa le puede suceder a quien quiera comprar un libro con más de un año de antigüedad. Buscar un libro y no hallarlo es ya una cosa normal. La tarea de buscarlo es, sin embargo, muy provechosa. Les cuento un par de anécdotas de una experiencia reciente. Hablo por teléfono con Garci y me sugiere un cuento de Pérez de Ayala, que yo no he leído. La sugerencia me pone en la calle a la búsqueda de este curioso cuento, que fue escrito en prosa y verso en la segunda década del siglo pasado. Voy de librería en librería, pregunto, charlo con los libreros e indago sobre las ediciones que de este autor han publicado Castalia y Cátedra, pero no es fácil hallar una edición sencilla de esta novela corta. Sé que hay una magnífica edición de ese cuento en las obras completas del asturiano, publicadas por la Fundación Castro, pero prefiero un libro de bolsillo, de combate, para leerlo en los desplazamientos que hago por Madrid en los transportes públicos.
 
Visito, primero, las grandes librerías del centro de Madrid, pero no tengo suerte; después, entro en una librería de lance, al lado de la calle Arenal, y me dice la “dependienta”, pues sería un halago llamarla librera, que busque por los estantes del fondo. Allá voy. Me pongo manos a la obra sobre la desordenadísima estantería, pero no encuentro nada de Pérez de Ayala. Le sugiero a la señora que sería fácil ordenar por autores la estantería, pero se ríe de mi propuesta. Su librería, me dice con altanería, es interactiva y el orden impide la interacción. ¡Horrible impresión me ha causado la perezosa librera! Salgo a escape de allí y voy a una librería cercana que, a veces, me han servido con diligencia.
 
Son casi las dos de la tarde, la librería está llena, me dirijo al dueño, pero una señora se me adelanta y le pide consejo por la novela de un francés, cuyo nombre es difícil de pronunciar. Quizá se refiera usted a Houellebecq, dije yo sin que nadie me preguntara, e inmediatamente replico el librero: “Ni se moleste, señora, por la novela de ese tipo. Es una castaña y, además, yo no la tengo”. Me rebelo al instante y mantengo lo contrario. El dueño de la librería me mira con cara de desprecio, pero yo le pregunto por el cuento de Pérez de Ayala. Nada tengo de este autor, me contesta con desgana. Salgo extrañado del comportamiento del librero, pero no puedo dejar de recordar que, hace menos de un año, este hombre me dijo que en su librería no vendería nunca el libro de Víctor Farías sobre “Allende y el nazismo”. ¡Qué paradoja: un librero censor!
 
Recurro a la calle de Los Libreros y en una librería de toda la vida hallo una selección de cuentos de Pérez de Ayala. “Luz de domingo”, por desgracia, no está incluido en el cuidado tomo. No obstante, quiero comprar el libro, pero el librero, que parece un hombre de principios, no rebaja ni un solo euro el elevado precio que me pide. Salgo a la calle. Recapacito y vuelvo. Le digo que me lo llevo, pero, ahora, el buen señor me ha subido diez euros al anterior precio. Me enfado y respondo: ya no lo compro, porque también yo soy un hombre de principios.
 
Me vuelvo un poco triste a casa. Y me consuelo diciendo: no leeré el cuento de Pérez de Ayala hasta que previamente no lea el guión que ha escrito Garci basándose en “Luz del domingo”. Es mi regalo de reyes. Y si no llega, esperaré a la película del Garci. Pues, al fin, el cine de este hombre es la mejor destilación literaria que uno puede hallar de un clásico contemporáneo. ¡Se acuerdan de “El Abuelo” del grandioso Galdó

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