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Agapito Maestre

Majestad, por Irún

Pide consensos, o sea, política, entre los dos grandes partidos sobre los grandes temas de Estado, cuando sabe que eso es imposible, porque el PSOE y los nacionalistas niegan cualquier viabilidad al proyecto del PP.

Obviamente no comparto el triunfalismo de PP y PSOE sobre el discurso navideño de Juan Carlos. La regañina del Rey a los partidos políticos es más aparente que real. El Rey intenta poner cordura en el delirio, razón en la sinrazón, pero creo que llega demasiado tarde. La realidad, la historia, parece que lo ha desbordado. El discurso de Juan Carlos I fue la sombra de una sombra. Sus palabras eran sombras, sombras y formas chinescas proyectadas sobre un muro iluminado por las antorchas de quienes habían quemado, hace unos meses, su retrato puesto boca abajo. El Rey quería hablar sobre lo real, pero no lo conseguía, porque esta "realidad" sólo puede ser expresada, dicha, a través de un compromiso que Juan Carlos I no está dispuesto a dar.

Por lo tanto, mientras el jefe del Estado no se atreva a comprometerse con su nación denunciando a quienes la están poniendo a los pies de los caballos, no le resultará fácil hablar sobre lo real. Todo quedara oscuro. Serán palabras llenas de énfasis y pobres de mediaciones. El drama está a la vista: en tanto que el Rey persista en mantenerse al margen de lo real, de la política cotidiana, sus diagnósticos se moverán en el ámbito de la retórica y la banalidad. El Rey no quiere matizar y menos aún dar a cada uno lo suyo. El PSOE, por traicionar a la nación, y el PP, por su pusilanimidad a la hora de oponerse al Gobierno, deberían haber recibido por parte del Rey críticas más serias y contundentes.

Creo que hay demasiado tópico en un discurso que requería alguna originalidad, sobre todo si tenemos en cuenta que su legitimidad ha quedado muy dañada en el último año. Creo que el Rey ha dejado pasar otra oportunidad para introducir, de verdad, prudencia en la acción de un Gobierno, el de Zapatero, que ha dejado a la nación española más rota y fragmentada que cuando llegó al poder. Otra vez, como en años anteriores, el Rey ha vuelto a pedir consenso entre los partidos políticos. Y otra vez, como en años anteriores, el jefe del Estado parece olvidar que ese compromiso existe entre todos los nacionalistas y el PSOE, entre todos los enemigos de España y el Gobierno. El pacto antipolítico por excluir a la oposición, el PP, de las grandes decisiones de la vida colectiva es el hecho básico de esta legislatura, pero el monarca parece obviarlo exigiendo tan retórica como estérilmente un pacto entre todos los partidos políticos para las cuestiones referentes a los grandes temas de Estado.

El monarca también ha pasado por encima de que su propia figura, sí, la cabeza visible de la jefatura del Estado, ha sido maltratada, vejada y pisoteada por los nacionalistas catalanes con la aquiescencia de partidos que gobiernan con los socialistas en Cataluña, o le prestan sus votos en el parlamento nacional. Los olvidos del Rey provocan tristeza. El discurso del Rey produce melancolía. Porque lleva adentro melancolía y tristeza. Y, sobre todo, revela una falta de memoria propia de quien prefiere la despreocupación y la alegría, o sea, una cierta incapacidad para el rencor, que recordar lo que ha sucedido realmente durante el año pasado. Pide consensos, o sea, política, entre los dos grandes partidos sobre los grandes temas de Estado, cuando sabe que eso es imposible, porque el PSOE y los nacionalistas niegan cualquier viabilidad al proyecto del PP. Hay algo de "farisaico" en el Rey cuando pide unidad entre los partidos políticos para vencer al terrorismo, pero no quiere recordar, o mejor, criticar que el Gobierno ha estado negociando con ETA, mientras le negaba todo a las víctimas del terrorismo y al partido de la oposición.

En fin, durante esta legislatura se han cometido las mayores tropelías que cabe esperar de un Gobierno contra la unidad de la nación, especialmente a través de la reforma del Estatuto de Cataluña, pero el Rey no quiere reconocerlo abierta y contundentemente. Menester es que lo haga cuanto antes, porque quizá, cuando recurra a quienes lo amparan simbólicamente, oiga una voz democrática que le señale el camino: "Por favor, Majestad, por Irún".

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