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Agapito Maestre

Nacimiento y muerte de la política

Da igual Guerra que Ruiz-Gallardón, Zapatero que Rajoy. Se trata de unas falsas monedas de trueque en un mercado político al que sólo tienen acceso unos cuantos "privilegiados".

Tengo ante mi vista una foto oscura. El fondo es casi negro, pero los rostros son nítidos. Inconfundibles. En primer plano está Alfonso Guerra ante unos micrófonos. Detrás del socialista, del ejecutor de Montesquieu, asoma el rostro impenetrable y duro del alcalde Madrid, el popular Alberto Ruiz-Gallardón. Presentan al alimón una exposición sobre el nacimiento de la política, de la formación de la ciudadanía, bajo la idea de la soberanía nacional. Estos dos políticos cantan, en efecto, las virtudes de algo muerto, o peor, de algo que ellos han matado en las tres últimas décadas: la soberanía nacional. Magnífico retrato para sintetizar una crisis política sin precedentes en una democracia occidental.

Si pasamos de la foto del Cuartel del Conde Duque al Congreso de los Diputados, veremos a Zapatero y Rajoy escenificando el mismo teatro de Guerra y Ruiz-Gallardón. Los dos escenarios sirven para alojar la muerte de la nación, es decir, de la genuina política. Muerta la nación, la democracia queda reducida a ser mera administración. Pura gestión pública. Da igual Guerra que Ruiz-Gallardón, Zapatero que Rajoy. Se trata de unas falsas monedas de trueque en un mercado político al que sólo tienen acceso unos cuantos "privilegiados", es decir, unas camarillas autoelegidas por ellas mismas que conciben la "política" como una profesión que debe servir, en primer y único lugar, para la satisfacción de sus propios intereses.

El asunto central a debatir, en el Congreso, era la crisis económica, pero todo giró sobre unos enjuagues entre los profesionales del poder; el máximo triunfador de ese intercambio de favores entre la casta política, una vez más, fue el separatismo melifluo de CiU, que ha vuelto a recibir alguna prebenda de Zapatero a cambio de que no enrede demasiado con el PP. Tampoco Zapatero ha salido mal del encuentro, a pesar de lo que digan los titulares de prensa; pues que el Gobierno, en sus horas más bajas, ha conseguido mantener la iniciativa política y ganar un poco de tiempo hasta que ya no pueda dar más subsidios. O sea, hoy Zapatero está mejor, bastante más aliviado, que un día antes del debate. Eso es un hecho incontrovertible.

Pero lo decisivo, por encima de esas consideraciones a corto plazo, es que el enfrentamiento verbal entre Zapatero y Rajoy no alcanzaba la categoría de político. Lejos, en efecto, de defender los intereses nacionales, parecía más bien una pelea entre "profesionales" de la gestión pública, que han reducido la política a pura administración. Cuando desaparecen los argumentos a favor de la nación, toda la palabrería se antoja arbitraria. Sustituible. Todo era mera simulación de cifras y datos. Un engaño para ocultar un denominador común: la ineptitud de los dos protagonistas para atemperar una crisis económica, sin duda alguna, novedosa y desconocida en muchos aspectos, a pesar de lo que digan algunos muchachotes especializados en la "ciencia lúgubre", que los arrastrará irremisiblemente al desastre. El problema, por desgracia, es que nosotros, los ciudadanos normales, los que queremos genuina política, seremos también arrastrados por la molicie y maldad de esta casta que ha terminado con la nación española.

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