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Agapito Maestre

Populismo, insultos y amenazas

El insulto, la amenaza y la descalificación es el denominador común de un Gobierno que se pone en jarras y desprecia cualquier observación surgida de la sociedad civil

El populismo ramplón de este Gobierno es ya asfixiante. Su lenguaje es bochornoso. El discurso, por supuesto, es inexistente. Hace tiempo, mucho tiempo, que Zapatero renunció a la política. Lo tengo escrito en estas páginas. Zapatero es un populista sin otro interés que la movilización por la movilización. El objetivo es claro: borrar a la oposición, reducirla a un apéndice de un sistema político, llamado “democracia”, que sólo retóricamente necesita de “enemigos” políticos para legitimarse formalmente. Castro y Chávez son sus referencias de “sentido” político, o sea, del sinsentido por el que lleva a este país. Crispar, alborotar, insultar, despreciar y negar la posibilidad de cualquier tipo de pacto con la oposición es todo. A veces, como si esto fuera una república bananera, uno tiene la sensación de que estamos ante una tropa de gente sin escrúpulos.
 
En la oposición y en el gobierno, Zapatero nunca ha tenido otra “política” que la movilización, el insulto y el populismo. No hubo asunto en la anterior legislatura, cuando estaba en la oposición, que no fuera utilizado por Zapatero para movilizar a la población contra un gobierno democrático. El Parlamento no le interesaba nada más que como órgano de agitación. Por desgracia para él, cuando trataba de argumentar en la cámara, fue siempre vapuleado por Aznar. No importaba, porque el objetivo era impedir que hubiera genuina política, posibilidad de acuerdos y contrastes entre diferentes opciones. Zapatero sólo aspiraba a crispar, a movilizar, a estar en un permanente estado de alteración vital como los animales acorralados. Es como si no quisiera trato alguno con ciudadanos desarrollados, porque su única preocupación son aquellos militantes dispuestos a todo, incluso a la violencia en las calles, antes que consentir llegar a algún acuerdo con la oposición. ¡Para qué recordar las campañas contra el Prestige, la guerra de Irak o el ataque a las sedes del PP!
 
En el Gobierno sigue con la misma obsesión: expulsar por las buenas o por las malas a quien haga oposición, o ponga una objeción, a cualquiera de sus iniciativas. Además, todo es tan carente de forma y medida que dan ganas de llamarles energúmenos. Sí, energúmenos, porque si el estilo es todo, entonces el Gobierno de España no es nada. Su lenguaje bárbaro, a veces navajero, está desquiciando la vida política hasta niveles propios de sociedades invertebradas. Al lenguaje torpe e inflexible de la ministra de Fomento, recuerdan cuando hablaba de la “mierda del plan Galicia”, se une ahora la desvergüenza del ministro de Industria hablando de la “caverna mediática”. Y, por encima de todos, el presidente del Consejo ya no se priva de usar el mismo lenguaje que su compadre Hugo Chávez: “Nadie nos va a parar”.
 
El insulto, la amenaza y la descalificación es el denominador común de un Gobierno que se pone en jarras y desprecia cualquier observación surgida de la sociedad civil. El gobierno de Zapatero trata de borrar, de tapar la boca, no sólo a la oposición, al PP, sino a otras instancias decisivas del Estado que puede ayudarnos a formarnos un juicio político sobre un determinado asunto. Ayer, para que ir más atrás, un insulto da la medida del populismo barato de este Ejecutivo. Me refiero a la descalificación de Peces-Barba de la persona que representa, seguramente, a una de las asociaciones civiles más desarrolladas de la democracia española: la Asociación de Víctimas del Terrorismo. El ejercicio represor de Peces Barba con esta Asociación es, seguramente, el modelo de Zapatero para descalificar a quien no sea su correligionario o aliado. En fin, con actitudes tan cerriles como la de Peces-Barba, uno diría que el Gobierno de la nación ha renunciado a la política. El insulto lo cubre todo. El presidente del Gobierno no argumenta. Descalifica, simplemente, a sus oponentes. Sólo le interesa el populismo, o sea, todo menos postular la posibilidad de la unidad de los contrarios.

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