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Agapito Maestre

Reforma electoral y consejos de sabios

Si yo fuera Rajoy nombraría un comité de sabios al margen de los partidos, contando especialmente con figuras próximas al socialismo, que mostrasen la necesidad de ese cambio para reforzar el sistema.

Me parece sugerente que Rajoy se haya atrevido a señalar que el sistema electoral está obsoleto. Hace tiempo que esta forma de selección de elites gobernantes está puesta en cuestión tanto en el ámbito nacional como en los autonómicos y locales. Más aún, según el parecer de la mayoría de analistas, ínfima es la calidad de nuestra democracia, si ésta es medida por nuestra ley electoral, que empieza a estar tan vacía como capítulos enteros de nuestra Constitución. Si estas leyes no se cambian rápidamente, corremos el riesgo de que el sistema muera por aburrimiento... La desafección ciudadana es cada vez más evidente. El caso de Cataluña es patético.

Ciertamente, la democracia española es cada vez menos representativa de su electorado; pues que, aparte de la arbitrariedad de un sistema proporcional que premia a las provincias menos pobladas y castiga a las más pobladas, de tal modo que el voto es mucho mejor valorado, o mejor, tiene un peso muy superior en las menos pobladas a la hora de elegir diputados que en las circunscripciones con mayor población, hay una dictadura tal de los partidos nacionalistas que pocos son los que no recomienden una reforma de la ley para terminar con la injusticia de la sobre-representación de los nacionalistas.

La ley electoral, se mire desde donde se mire, está tocada de muerte. Obsoleta. El problema es que su tasa de obsolescencia no será medida del mismo modo por el PSOE que por el PP, a pesar que también el PSOE ha sido perjudicado a la hora de formar gobiernos autonómicos, por ejemplo, el de Canarias. Pero, hoy por hoy, los mayores beneficiados de esta ley electoral son los partidos nacionalistas, los "ladrillistas" y, por supuesto, el PSOE de Zapatero que tanto en el Gobierno de la Nación como en la mayoría de los mesogobiernos regionales y locales gobierna en coalición con nacionalistas y ladrillistas, a veces, de modo tan forzado como en Baleares.

Sin embargo, porque no creo que, a la larga, al PSOE le haga mucha gracia hacer depender sus gobiernos de minorías, permítanme el sarcasmo, minoritarias, este partido debería tomarse en serio la iniciativa de Rajoy de llevar a cabo una reforma electoral. Fíjense bien que digo esto puede interesarle al PSOE y no a Rodríguez Zapatero. En efecto, quizá haya todavía hay dirigentes del PSOE que se toman en serio la democracia, pero Zapatero ha hecho de ésta una forma de alcanzar el poder por las vías de los nacionalistas, o mejor, por partidos que ponen al sistema permanentemente en cuestión. Por este camino, la propuesta de reforma de Rajoy sólo encontrará desprecio y desconsideración.

Ahora bien, la propuesta de Rajoy dirigida a los dirigentes serios del PSOE debería hacerse de otro modo más sistemático y nacional. ¿Cómo podría el PP plantear la cuestión para que el PSOE la tomara en serio o en cuenta? En primer lugar, saliéndose de los porcentajes del 30 y el 40 por ciento que ha propuesto Rajoy, porque parecen formulados únicamente para que el PP gobierne allí donde en los últimos comicios no ha logrado formar gobiernos. La reforma de ley tiene que hacerse de modo transparente. Y, sobre todo, en segundo lugar, si yo fuera Rajoy nombraría un comité de sabios al margen de los partidos, contando especialmente con figuras próximas al socialismo, que mostrasen la necesidad de ese cambio para reforzar el sistema. La verdad siempre tiene una función política. Por aquí la labor del PP no sólo es vital para el fortalecimiento democrático del partido, sino que tiene una función pedagógica para el resto de fuerzas políticas.

La forma de plantear esta reforma es, si cabe más que otras propuestas, tan importante como el fondo. Es menester que el PP consiga crear agencias de socialización política, instituciones que busquen la verdad de una democracia, al margen de los partidos políticos o de la arena electoral, especialmente para que eduquen tanto a sus electores comos a sus adversarios en que la democracia no se reduce a la regla de las mayorías, o de respetar minorías, sino a que es menester auto-limitarse en el ejercicio del poder. Auto-limitación, o mejor, mesura, que un día tras otro es pisoteada por quienes creen el poder es todo.

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