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Agapito Maestre

Terrorismo simbólico

Quien entrega la rosa está disparando contra el sufrimiento de las víctimas; está robándole lo único que le queda a la víctima: el dolor, la posibilidad de justicia y de perdón. De misericordia.

El reparto de rosas blancas, rosas que tienen olor a muerto, a la entrada de las Cortes de España no es un gesto teatral. Es un gesto terrorífico al margen de la decencia teatral. Es el abuso vil de una grandiosa profesión. Es un acto de terrorismo simbólico; uno de los peores, sin duda alguna, que se han llevado a cabo en los últimos treinta años. Por lo tanto: ¡Que las detenga! ¡Que las juzguen! ¡Que paguen por sus culpas! Quiero justicia contra este nuevo tipo de terrorismo. Quiero que estas terroristas simbólicas no vuelvan a maltratar la memoria y la dignidad de las víctimas de ETA. Quiero justicia poética, o sea, cordura en el delirio. La Guardia Civil, la Policía Nacional, o quien vigile la seguridad del Parlamento, detengan a esas personas, llévenlas ante el juez, que las procesen, y que las condenen... a dejarnos, de verdad, en paz.

La entrega de rosas blancas, rosas que tienen olor a muerto, es un gesto que elimina la palabra, la posibilidad de juzgar al asesino, para sembrar la vida de terror. Gesto vil, porque obliga a la víctima a justificar su pena. Gesto cruel, porque cierra la posibilidad de argumentación. Gesto miserable, porque apoya al criminal en nombre de una "paz" de cementerio. No es un gesto artístico para ver el mundo sino para apoyar al criminal. El abuso manipulador del símbolo, de la entrega de rosas blancas con olor a muerto, es criminal. Quien entrega la rosa está disparando contra el sufrimiento de las víctimas; está robándole lo único que le queda a la víctima: el dolor, la posibilidad de justicia y de perdón. De misericordia.

Este montaje de agitación y propaganda es propio de gentes sin corazón y sin vergüenza. Inmisericordes. Mujeres sin coraje. Enterradoras de Benigna de Casia, "Nina" la de "Misericordia", la mujer teatral más grande de España. El montaje de las "actrices" es escoria para abonar el suelo que pisa su jefe político. Representa el gesto mudo, el último gesto, de una verdad pública: las pistolas mandan en España. Los terroristas ya han sometido al presidente del Gobierno. El terror de ETA ha dejado al Gobierno sin su principal fuente de poder democrático: el monopolio legítimo del uso de la violencia. A partir de ahí todo está "justificado"... Y, sin embargo, la gente de bien sigue extrañándose no tanto porque los criminales persistan en sus exigencias terroristas ante el "poder" de un Gobierno que ha renunciado a ejercer la violencia legítima, sino porque existan gentes que adornen estas conductas criminales con gestos de "buena voluntad".

Pero, por fortuna, el asombro dura poco. El buen ciudadano no se deja engañar fácilmente. La entrega de rosas blancas no es inocente. Es un acto perverso para negar el discurso público. Una vez criminalizada la opinión pública contra los terroristas, las actrices no actúan como ciudadanas, sino que parecen militantes de ETA. Entregan rosas blancas a cambio de silencio y complicidad con los criminales. Su gesto intenta ocultar a quienes piden justicia, o sea, a quienes indagan en las responsabilidades de cada partido y exigen penas para los culpables. No lo conseguirán. Los ciudadanos han descubierto que estamos ante un acto de terrorismo simbólico contra la democracia. Rosas blancas, casi siempre con olor a muerto, que afirman que sólo la izquierda puede seguir matando con impunidad. Las víctimas nunca olvidarán este acto. También las verdaderas actrices sentirán vergüenza de quienes utilizan una profesión, un arte, para justificar un fin espurio y alejado de las bases morales y estéticas del teatro: el crimen de ETA.

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