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Agapito Maestre

Un españolito en Sao Paulo

Ojalá esta gente del servicio exterior español aprendiese un poco de Brasil, que es uno de los países con mejor servicio diplomático del mundo. Ojalá fuera así; pero me temo lo peor.

Llego a un civilizado Brasil a través de Sao Paulo. La ciudad tiene casi 6.000 edificios con más de cuarenta plantas. Lejos de ser una metrópolis delirante, la civitas que vive en ella sólo se percibe como autora de una ciudad de genuinos ciudadanos. Las personas que aquí moran, curiosamente, no se consideran sólo habitantes de Sao Paulo, sino que quieren ser paulistas. Se consideran protagonistas y autores de su ciudad. No es una urbs agobiante, como dirían los cursis, sino una ciudad más allá de lo que sólo es moderno. Por pura casualidad conozco a un joven español asentado en la capital paulista. Es simpático, inteligente y emprendedor. Es un ejecutivo en el campo de la informática de una gran empresa multinacional con sede en Basilea.

El informático madrileño viaja frecuentemente por toda Hispanoamérica y rinde cuentas de su trabajo, de vez en cuando, en la sede central de su empresa en la Suiza alemana. Se encuentra muy a gusto en Sao Paulo. Ha pasado un par de semanas en España que le han quitado las ganas de regresar. Sospecho que ese sentimiento lo comparten otros miles de jóvenes españoles, seguramente los mejor preparados, que han tenido que buscar otras tierras para trabajar, porque la España de los chufleteros políticos socialistas, nacionalistas y populares no les deja otra opción. Las "elites" políticas españolas, como casi siempre en nuestra historia, están por debajo, muy por debajo, del "pueblo" o sociedad mejor preparada y responsable.

Mientras nos tomamos un café del país, en una de las librerías más grandes del mundo, La librería de la cultura,en el centro mismo de la Avenida Paulista, me comenta el informático las maravillas de Sao Paulo. Él está enamorado de la amabilidad y el sentido del trabajo responsable que tienen los brasileños. Son serios y rigurosos. Salen por el mundo para perfeccionar su formación, pero regresan a su país. También tienen un sentido muy desarrollado de la nación y aún no han dilapidado las bases claves de la convivencia familiar. O sea, concluye mi joven informante, todo lo contrario de lo que pasa hoy en España. Y por eso, precisamente, porque Sao Paulo, la ciudad que fundó otro español, el padre Anchieta, le ofrece la posibilidad de ser un genuino ciudadano, aparte de ejercer su profesión con vocación, algo de lo que hoy está muy lejos el llamado Estado de las autonomías, este españolito seguirá muchos años sin querer volver a la nación que ama.

Que España está hecha unos zorros, es decir, sin perspectiva para la juventud mejor preparada, se ve con nitidez en el extranjero, según mi joven amigo. Por ejemplo, el consulado de Sao Paulo, aparte de perseguir a los españolitos para que voten a los socialistas, apenas se preocupa por darles información clara sobre asuntos prácticos y de urgencia para sus vidas en Brasil; por fortuna, dice mi amigo, "después de que tres personas hiciéramos una encuesta, a titulo casi personal, a cuatrocientos españoles sobre sus urgencias en esta ciudad, los del consulado nos recibieron y parece que harán algo. El número de los encuestados parece que les asustó".

En fin, concluye mi amigo, ojalá esta gente del servicio exterior español aprendiese un poco de Brasil, que es uno de los países con mejor servicio diplomático del mundo. Ojalá fuera así; pero me temo lo peor, pues que para ser eficaces y corteses, antes tendría que aprender eso que llaman los brasileños: jeito. Una palabra casi intraducible, una actitud anímica, que se refiere a la posibilidad de resolver con cariño algo que parecería, en estricta lógica, imposible... Seguiremos otro día con el espíritu del jeito.

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