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TARDES DE BARCELONA

Hayek y Rodríguez Braun me alegran el día

Ah, las tardes de verano en Barcelona. Me dispongo a ramblear desde Canaletas, pero el sol inclemente me obliga a buscar la sombra de las callejas adyacentes. Entro, como tantas veces, en una librería de viejo pegada al Ateneo y me encuentro con una grata sorpresa: un ejemplar de la Revista de Occidente de marzo de 1986 que incluye una entrevista de Carlos Rodríguez Braun a Hayek, nada menos. El autor de Camino de servidumbre se encontraba de paso por Madrid.

Ah, las tardes de verano en Barcelona. Me dispongo a ramblear desde Canaletas, pero el sol inclemente me obliga a buscar la sombra de las callejas adyacentes. Entro, como tantas veces, en una librería de viejo pegada al Ateneo y me encuentro con una grata sorpresa: un ejemplar de la Revista de Occidente de marzo de 1986 que incluye una entrevista de Carlos Rodríguez Braun a Hayek, nada menos. El autor de Camino de servidumbre se encontraba de paso por Madrid.
Friedrich August von Hayek, filósofo, economista y premio Nobel de 1974
Las penetrantes preguntas de Rodríguez Braun sobre Keynes, Popper, la complejidad y las limitaciones a la predicción de las ciencias sociales, la escuela austriaca o la relación entre mercado y democracia van extrayendo, para mi dicha, el bendito jugo intelectual del vienés, “una persona corpulenta, aunque de paso vacilante”, con “el pelo cano y la sonrisa generosa”.
 
Son apenas once páginas donde cada línea importa. Tengo que volver a comprobar la fecha, incrédulo, cuando Hayek apoya la imposibilidad de realizar predicciones específicas en la teoría de la complejidad y en la biología. Me descubro con una amplia sonrisa al leer algo que me compensa por todo el escepticismo encontrado cada vez que he sostenido, en un aula o por escrito, la relación directa entre Adam Smith y ciertas aportaciones contemporáneas al conocimiento: “Eso que Adam Smith llamó la mano invisible ha dado lugar a toda una serie de nuevas disciplinas –cibernética, teoría de sistemas, etc.– y todas tienen un nuevo enfoque, que parte de que no es posible conocer todas las causas determinantes. Se llega en todos los casos a poder predecir sólo ciertos perfiles, el desarrollo de ciertas estructuras, pero nada más.”
 
Carlos Rodríguez Braun, economista y colaborador de Libertad DigitalCuando Rodríguez Braun observa que “A los economistas y otros científicos sociales les resultará difícil trabajar con esa perspectiva”, Hayek responde contundente: “Pues deberán hacerlo (…) Operamos sobre la base de predecir correctamente, no acontecimientos específicos sino cómo y por qué se desarrollan ciertos modelos, que es lo máximo que puede alcanzar nuestra humana inteligencia”. Y remata con dos frases que estoy tentado de memorizar allí mismo, plantado en mitad de la librería, con el ejemplar todavía polvoriento de la Revista de Occidente en las manos: “La ambición, derivada de la ciencia newtoniana, de que debemos ser capaces de predecir exactamente lo que va a ocurrir, no puede ser satisfecha cuando tratamos circunstancias complejas. Y nada hay más complejo que la sociedad humana”. Pago el ejemplar a tres euros –el precio facial era de 450 pesetas– y salgo a la tarde abrasadora.
 
El gran crítico de la ingeniería social estaba escribiendo La fatal arrogancia cuando la entrevista tuvo lugar. La comunidad científica empezaría a saber del profundo cambio de esquemas en la biología –tal como Hayek apuntaba– y en otras ciencias duras, a partir de la publicación, en 1987, de Caos, de James Gleick. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento… de alumnos y asistentes a seminarios de management estratégico, yo trataba de transmitir una visión de los sistemas sociales –primando obviamente las organizaciones empresa– basada en la idea de complejidad.
 
Cansado de los insatisfactorios enfoques psicologicistas en el campo de la gestión, que acababan siempre en un lánguido voluntarismo o, lo que es peor, en cuentos de hadas o de ratoncitos para ejecutivos, me empeñé en reclamar que se cimentaran los nuevos modelos que necesitaba la gestión del siglo XXI con las mismas ideas que estaban provocando –en términos de Kuhn– un cambio de paradigma en las ciencias. La teoría de la complejidad estaba penetrando las ciencias duras; por supuesto la metodología, y también algunas aplicaciones prácticas. Su ejemplo me parecía más serio y riguroso que el de los psicólogos industriales, psiquiatras, directores de orquesta o entrenadores de fútbol que llenaban los anaqueles de las librerías con obras de dudosa utilidad.
 
Este empeño, que plasmé en Hacia dónde va el management, chocaba con dos problemas. El primero era una especie de remordimiento de conciencia tras leer la despiadada crítica a la extensión del lenguaje científico por parte de un libro muy respetable que trituraba literalmente la filosofía francesa posmoderna; me refiero a Imposturas intelectuales, de Sokal y Bricmont. Me sobrepuse recordando que mi intento era radicalmente contrario al de los viejos teóricos tayloristas del management científico. Sólo recurría a los conceptos de las ciencias duras en la medida en que estas habían empezado a tratar con la complejidad y la incertidumbre, a modelizarla. Por otra parte, dijera lo que dijera Sokal, el Premio Nobel Ilya Prigogine –padre del concepto de “estructuras disipativas”, y quizá el nombre más importante del nuevo paradigma– había alentado enérgicamente la alianza entre ciencias duras y ciencias sociales.
 
El segundo obstáculo a vencer era de más enjundia, aunque se impuso un criterio de utilidad y, sobre todo, unas ganas invencibles de ofrecer una visión del management estratégico –y en especial del cambio organizacional– en las antípodas de Quién se ha llevado mi queso: yo sabía en el fondo que el origen de la inclusión de lo complejo en el pensamiento y en las ciencias sociales era mucho más antiguo que las relativamente recientes teorías de sistemas complejos o teoría del caos. La patente la ostentaba nada menos que el padre del liberalismo. Por eso los liberales ya contábamos, explícita o implícitamente, con una visión y con un acervo que nos hacía rechazar de plano, con repugnancia intelectual y no sólo moral, la ingeniería social.
 
Seguramente la idea aparece también en otros lugares dentro de la gran obra de los austriacos, pero aquella simple frase de Hayek en 1986 afirmando la relación directa entre la mano invisible de Adam Smith y las nuevas disciplinas me ha alegrado el día. Ahora que ya no me dedico al management teórico.
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