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COMER BIEN

Hola, Liga; adiós, vacaciones

Ya ha empezado la Liga de fútbol, la Liga por antonomasia; eso quiere decir, también, que se acaban las vacaciones para un montón de ciudadanos. No deja de estar bien pensada la cosa, porque el fútbol es el mejor mitigante del síndrome posvacacional.

Sería tristísimo llegar a casa y no poder hablar de fútbol, pero de fútbol-fútbol, no de bolos veraniegos. Con fútbol, la 'rentrée' es menos dura. Claro que esa misma 'rentrée' está llena de pequeñas y grandes satisfacciones. Volver al bar de siempre y darse cuenta de que, a pesar de que ha subido, la caña sigue siendo la mitad de barata que en el chiringuito de la playa en el que, encima, no tenían su marca favorita...

La vuelta de vacaciones es el tiempo de las exageraciones. Nadie en su sano juicio va a reconocer que estaba deseando que se acabasen para volver a casa, a la rutina diaria, a los amigos; pero a casi todos nos alivia mucho esa vuelta. Sin embargo, exageraremos lo bien que lo hemos pasado, obviando temas como la aglomeración en las playas, los precios de los chiringuitos, los desastres gastronómicos que hemos padecido en los restaurantes de moda... y a qué precio.

No, de eso no hablaremos ni a los más íntimos. Por eso es tan bueno que la Liga empiece ya el último domingo de agosto... aunque luego se pare para que juegue la selección. La verdad es que si la Liga de primera división no estuviese supersaturada de equipos -veinte es una barbaridad- no harían falta estas cosas, ni jugar entre semana.

Y si nuestros clubes más representativos no tuviesen en sus filas a más jugadores brasileños que españoles, a lo mejor servía para algo parar la Liga para que juegue una selección que, mientras sigan las cosas así, seguirá quedándose en los cuartos de final, y gracias.

Pero los forofos tienen ya tema de conversación. No sé; no veo yo que los 'feijoes', frijol típico brasileño con el que se prepara la 'feijoada', vayan a estar mejor que los garbanzos, ni que la caipirinha sea ya la bebida preferida en las Ramblas y en Cibeles, pese al entusiasmo brasileiro de esos dos presidentes que siguen creyendo, pobrecitos, que el dinero da la felicidad.

En fin; yo de lo que quería hablarles era del horario del fútbol, un horario que parece diseñado a propósito para hundir el sector de la hostelería. Antes, ese sector era el primer beneficiado de que el equipo de su ciudad fuese bien: era mucha la gente del entorno que acudía al fútbol, fútbol que se jugaba por la tarde, y que dejaba muchos cuartos en las barras de los bares.

Hoy... todo lo contrario. No tienen ustedes más que ver el triste aspecto que ofrecen bares y cafeterías a la absurda hora del fútbol... salvo que tengan 'PPV' y estén poniendo el partido del equipo de la ciudad. El horario de los partidos (nueve, nueve y media, incluso diez de la noche) hace que sea demasiado pronto para haber ido a cenar antes, y demasiado tarde para hacerlo después, en grave perjuicio a los restaurantes.

Veamos los partidos de la 'Champion's': a las nueve menos cuarto. Una hora, para el resto de los europeos, de sobremesa nocturna: ya han cenado, y se van al fútbol. Los españoles, no. No hemos cenado; la hora de la cena nos pilla a mitad del partido. Es posible que la UEFA imponga ese horario; pero no impone el de los partidos de Liga, que, contra toda lógica, se juegan a esa hora.

Todo ello como si el dinero de las entradas fuera significativo en la economía de un club, y no el chocolate del loro. Claro que lo que importa es la pasta de las televisiones, y ellas quieren el fútbol en lo que ignoro por qué hay que llamar 'prime time' en función de lo que tampoco me explico por qué llamamos 'share'.

Total: que lo único positivo que puede aportar el fútbol a la hora de cenar es la recuperación del bocadillo; un bocadillo, de todos modos, más bien 'light', porque en el estadio no se puede beber ni cerveza, que ésa es otra. Me pregunto yo: entre el horario, los precios y la 'ley seca', ¿cómo queda alguien que vaya al fútbol? Bueno, pues bocadillos ligeritos, ya digo. Mi favorito: el de merluza rebozada, frita y fría, escrupulosamente limpia de espinas y con un hilo de mayonesa.

Y no me importa que la merluza sea un pescado blanco... y yo sea de corazón rojiblanco.
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