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PROLIFERACIÓN NUCLEAR

Honor a Irán

Los europeos son conscientes del peligro que supone un Irán nuclearizado, más aun estando en manos de fundamentalistas chiíes. El efecto sobre el equilibrio regional y sobre la seguridad de Europa es tan evidente como peligroso. De ahí que se hayan puesto manos a la obra.

Los europeos son conscientes del peligro que supone un Irán nuclearizado, más aun estando en manos de fundamentalistas chiíes. El efecto sobre el equilibrio regional y sobre la seguridad de Europa es tan evidente como peligroso. De ahí que se hayan puesto manos a la obra.
Detalle de la central iraní de Bushehr (spaceimaging.com)

En esta vida saber lo que se quiere tiene su importancia. En la sociedad internacional cuando un estado se plantea un reto con objetivos precisos y habiendo valorado correctamente los obstáculos y costes que se va a encontrar parte con ventaja sobre aquellos otros que mantienen posiciones retóricas y que aun disponiendo de estrategias coherentes no están dispuestos a aplicarlas por los riesgos que implicarían.

El gobierno iraní, por razones que ya hemos comentado en anteriores ocasiones, ha llegado a la conclusión de que le conviene disponer de armamento nuclear. Para ello ha contratado con una empresa rusa la instalación de una central nuclear y, mientras tanto, secretamente ha comenzado a desarrollar su propia tecnología nuclear. Primero trasformando el mineral de uranio nativo en gas y luego, mediante un sistema de centrifugadoras, basado en la tecnología cedida por el gobierno de Pakistán -que ahora culpa al Dr. Kahn de tal acción como si pudiera tratarse de un acto individual- intenta enriquecer el uranio hasta poder trasformarlo en el material fisible que caracteriza a un arma atómica. Una vez logrado ese objetivo, tendrán que resolver el problema de instalar el ingenio nuclear en la cabeza de un misil Sihab-3, desarrollo iraní de los clásicos scud soviéticos gracias a la colaboración no desinteresada de Corea del Norte. Llegado ese momento Irán será a todos los efectos una potencia nuclear, con la capacidad de destrucción y, sobre todo de disuasión, propia de un país capaz de proyectar la fuerza destructiva del átomo a cientos de kilómetros de distancia, allí hasta donde lleguen entonces los shihab, desde luego Israel, Arabia Saudí y la Vieja Europa.

Los europeos son conscientes del peligro que supone un Irán nuclearizado, más aun estando en manos de fundamentalistas chiíes. El efecto sobre el equilibrio regional y sobre la seguridad de Europa es tan evidente como peligroso. De ahí que se hayan puesto manos a la obra. Tras la crisis diplomática de Irak temían quedar definitivamente arrumbados en el desván de la Historia, lo temían casi tanto como que Israel y/o Estados Unidos decidieran hacer uso de la fuerza. Su iniciativa fue oportuna, aunque sus resultados estén siendo humillantes.

Los tres grandes –Gran Bretaña, Alemania y Francia- decidieron dirigirse a Irán en nombre de la Unión Europea para que pusiera fin a su programa nuclear. En el acuerdo logrado el pasado mes de Noviembre consiguieron que Irán suspendiera su proceso de enriquecimiento de uranio a cambio de una negociación tendente a liberar tensión y evitar males mayores. Los ayatolás aceptaron, pero dejaron bien claro que era una cesión temporal y que no renunciaban a un programa nuclear que en todo momento describían como civil. Los europeos aplicaron una lógica cartesiana: si Irán sólo quería tener energía nuclear para usos civiles, es decir producción de energía eléctrica, todo lo que necesitaba era el combustible apropiado y centrales, algo que Occidente le podía proporcionar. Si a pesar de que Irán disponía de petróleo y de gas natural creía que debía tener energía nuclear, se podía llegar a un acuerdo para que la tuviera sin riesgo de generar incertidumbres que alterarían el mapa estratégico.

Ahmadineyad, nuevo presidente de IránComo es natural esta lógica cartesiana tuvo escaso efecto en Teherán, no porque aprecien más o menos a Descartes, sino porque no se trata de eso. Irán quiere armas nucleares, no energía eléctrica. Los europeos eran conscientes de que esta posibilidad existía, de hecho tanto Javier Solana como los dirigentes de los tres estados citados así lo han dado a entender, pero además sabían que estaban jugando de farol. El problema es que los iraníes también se dieron cuenta y les trataron como tales, que es lo que se merecían.

Los europeos amenazaron seriamente. Si Irán restablecía el proceso de enriquecimiento de uranio las conversaciones se suspenderían y el tema se llevaría a la Agencia para la Energía Atómica y al Consejo de Seguridad. Irán aceptó el órdago, reabrió el proceso y, con toda la tranquilidad del mundo, sabedora de que la otra parte carecía de medios y arrestos, se manifestó condescendientemente dispuesta a seguir dialogando. Los europeos agacharon la testuz, incluido el mismísimo Chirac, y aceptaron mantener las conversaciones. Schroëder, sin duda uno de los políticos más irresponsables que ha estado al frente de una gran potencia europea en las últimas décadas, aprovechó la crisis para hacer campaña electoral, afirmando que el uso de la fuerza contra Irán no se contemplaba. Con enemigos así, los ayatolás prosiguen su política seguros de que no hay peligro a la vista.

Los europeos se humillaron porque sabían que en la Agencia para la Energía Atómica muchos de los estados miembros, animados por la diplomacia iraní, interpretan la tensión como un juego de poder entre grandes y pequeños. Mientras no se demuestre claramente que Irán está violando el Tratado de No Proliferación no están dispuestos a permitir que las potencias liberales dobleguen a una nación que se sale de su órbita. Todos saben de qué va la historia, nadie tiene dudas sobre lo que realmente está ocurriendo, pero en el marco de la Agencia para muchos es más importante el equilibrio de poder internacional que la proliferación. En este tema la Agencia no se distingue del resto de los organismos que componen Naciones Unidas. Tampoco tienen a día de hoy apoyo suficiente en el Consejo de Seguridad ni parece que lo vayan a encontrar en los meses o años venideros.

Los europeos hemos vuelto a hacer el ridículo. Se ha puesto una vez más de manifiesto que nuestra presuntuosidad es inversamente proporcional a nuestra capacidad. Queremos estar en el gran juego, pero ni disponemos de los medios para disuadir o para vencer ni estamos dispuestos a correr riesgos. La diplomacia siempre ha requerido de soldados. La absurda idea, característica de la Europa de nuestros días, de que son opciones contradictorias sólo es posible cuando una sociedad ha dejado de tener diplomacia.

Humillada Europa, los iraníes han dado un nuevo paso adelante. Proponen negociar con la institución internacional apropiada, que no es otra que la Agencia para la Energía Atómica. Han calculado qué apoyo tienen en la Asamblea y creen que pueden ganar un tiempo precioso, hasta que consideren llegado el momento para comunicar al mundo que abandonan el ámbito del Tratado de No Proliferación porque ya disponen de armamento nuclear.

El régimen de los ayatolás puede ser objeto de limitada admiración, pero Irán es una vieja nación que está demostrando saber actuar en la escena internacional con una dignidad y un oficio que los europeos perdimos hace tiempo. Desde su particular análisis de cuáles son sus intereses de estado han llegado a la conclusión de que necesitan tener armamento atómico y están manejando la situación con inteligencia y sentido de la medida. Su diplomacia ha sabido trasformar un problema de proliferación en una crisis de hegemonismo. La relación con la Agencia, siendo difícil, es correcta y el tiempo corre a su favor. Creen que tanto en la Agencia como en el Consejo de Seguridad tienen la situación controlada durante un tiempo y que el riesgo de que Estados Unidos o Israel haga uso de la fuerza es limitado: tienen los programas protegidos y dispersos en distintas localizaciones y su reacción podría desestabilizar la situación en Irak, Líbano y Palestina. A Europa sólo le cabe actuar concertadamente con Estados Unidos desde fuera del ámbito de Naciones Unidas, pero eso es algo que, tras la crisis de Irak, resulta muy poco probable.

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