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HISTORIA Y ARTE

Las engañosas dimensiones de personas y vidas

Soy llamativamente consciente de sentirme más bajito que antes; eso sí, relativamente hablando. Durante buena parte de mi vida, midiendo 1,85, he destacado por encima de la mayoría de los hombres y casi todas las mujeres.

Soy llamativamente consciente de sentirme más bajito que antes; eso sí, relativamente hablando. Durante buena parte de mi vida, midiendo 1,85, he destacado por encima de la mayoría de los hombres y casi todas las mujeres.
El historiador Paul Johnson mide 1,85

Hoy, en el Sainsbury's local, establecimiento donde el quehacer es constante puesto que son demasiado tacaños para contratar personal suficiente, a menudo descubro que mi altura es superada por clientes jóvenes, en ocasiones incluso mujeres. Muchos de los jóvenes son enormes, de incluso 2 metros. Las mujeres de 1,84 destacan por los pasillos, apartando a codazos por el camino a ancianos enanos.

Cuando era un joven residente en París, una de mis novias medía más de 1,80, una americana llamada Euphemia, a la que los asombrados franceses consideraban un rascacielos. Pero era lo inusual. Mis novias francesas más bien rondaban el 1,60. Las mujeres francesas, según mi experiencia, tienden a ser excepcionalmente aburridas. Igual que, paradójicamente, las británicas de 1,60 o menos. Dorothy Wordsworth fue la excepción, siendo una de las figuras más angelicales de nuestra historia literaria hasta que desarrolló Alzheimer hacia 1840. Decía medir 1,53. Le encantaba reunirse con el pequeño Thomas de Quincy, que medía 1,47, porque "es la primera persona que me ha hecho sentir alta".

Lo que quiero saber es esto. ¿El incremento en la altura media, que claramente es un hecho, está siendo acompañado por un incremento de la inteligencia? Si es así, es una cambio histórico. En los diarios de Edmund Wilson, que he estado leyendo, hay un pasaje en la materia. Stephen Spender, un hombre alto, se le queja de que, por razones fisiológicas, la inteligencia relativa desciende con la altura. Decía que había estado lamentando esta correlación con Aldous Huxley, que era un gigante y que argumentaba que era imposible que alguien de su físico tuviera un cerebro de absoluta primera clase. Wilson, que era bajito y rechoncho, escuchaba esto con complacencia y citaba otro ejemplo: Ernest Hemingway, un hombre alto cuyo pensamiento no surgió de la nada. Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant, todos fueron bastante bajitos, ¿no? Pero no todos los enanitos se mostraban de acuerdo.

El viejo Galbraith, el economista, que falleció el otro día a ya cerca de los 100, se jactaba a menudo de su "torre de inteligencia", como si se pudiera medir en metros y centímetros. Ciertamente era excepcionalmente alto. En el funeral de Jack Kennedy en Washington, el general De Gaulle, de 1,92, creo, tenía un marcado interés en los hombres tan altos como él (aunque le gustaban las mujeres bajitas), señalaba y pedía: "Presénteme ese homme élevé". No se podía decir precisamente que De Gaulle estuviera falto de inteligencia, aunque ciertamente carecía de otras cosas como generosidad, gratitud, tolerancia, magnanimidad, etc. Se metió en la profesión equivocada hasta que se transformó en político, puesto que todos los generales con éxito han estado por debajo de la media en cuestión de altura. Hay, por supuesto, excepciones, siendo Washington una de ellas.

La tumba de María Estuardo en la abadía de WestminsterMe gustaría que algún académico meticuloso redactase un libro dando las alturas (y otros detalles personales, como el color de pelo) de figuras históricas importantes. Recientemente, uno de esos corresponsales sabelotodo del The Spectator ponía en tela de juicio mi afirmación (tomada de DNB) de que la Reina María Estuardo de Escocia medía 1,50, insistiendo en que tanto ella como su madre, María de Aisne, medían exactamente 1,80. ¿Cómo puede alguien estar tan seguro?

Tome el caso de Nelson. Era menudo. ¿Pero cuánto exactamente? Obtener una cifra exacta ha sido un enorme problema para generaciones de biógrafos, de Southey en adelante. Su efigie en Westminster Abbey, de la que se afirmaba con fiabilidad que era tamaño natural, mide 1,70. 'Nelson's Spot', una medida de altura en la antigua Junta del Almirantazgo, es de 1,75. Algunos de los uniformes de Nelson y muchas otras prendas de vestir han sobrevivido, y los cálculos basados en ellas arrojan estimaciones que oscilan entre el 1,75 y el 1,78. Pero algunas estimaciones contemporáneas la sitúan en el 1,73. Ha habido mucha discusión, también, acerca de la altura exacta de Napoleón y Wellington, ambos hombres bajitos. Monty también era bajito, igual que Harding, el mejor de sus generales de posguerra. Ike no era particularmente bajo: cuando me reuní con él en el cuartel general de la OTAN, diría que era de altura media. Pero tampoco es que fuera gran cosa como general. ¿Qué altura tenía Patton? Las fotos le hacen parecer demasiado gordo. Por encima de todo, ¿cuál era la altura de Rommel? Deberíamos saber tales cosas.

¿Por qué, se preguntará? Simple curiosidad. ¿Acaso no señaló correctamente el Dr. Jonson que "no hay información, por insignificante que sea, que no prefiera conocer a desconocer"? Tal libro, si se compila con tal minuciosidad que nos permita fiarnos de él, nos diría estas menudencias y sería ampliamente comprado y consultado. Debería cubrir tantos campos como fuera posible. Por ejemplo, tengo la impresión de que los historiadores famosos son bajitos. Esta impresión se formó en Oxford, donde vi a Powicke, Gabriel le Bras, Neale, Braudel, Southern, etc. Pero Carlyle era la excepción, no menos del 1,90. Igual que el intimidador Lecky. Pero, ¿qué altura tenía Maitland? Una vez más: los escritores. Un montón eran ciertamente menudos: Milton, Pope, Gray, Lamb, Hardy, Wells, Waugh son ejemplos tomados al azar. Pero Thackeray era enorme, y Shaw bastante alto. Wilde siempre fue un tipo fuerte y apuesto, incluso antes de ganar peso.

George Bernard ShawLa mención de Shaw plantea otra idea en la que he estado pensando. En alguna parte en las "Cartas de Sir Walter Raleigh, 1884-1922", el viejo crítico y literato asegura que "a menudo hablamos de la duración de la vida, pero la cifra de años que vive un hombre puede ser engañosa. Deberíamos considerar la intensidad de la vida". Eso es cierto. Shaw vivió hasta los 94 años, naciendo en 1856 y muriendo en 1950, una vida inmensamente larga según los estándares de hace un siglo. Pero su vida carecía de intensidad; había áreas enteras de emociones y sensaciones en las que nunca se aventuró, y de sus enormes volúmenes de correspondencia, que tengo en mis estanterías, se deriva que fue corta y esquelética, al igual que su cuerpo. Vivió mucho tiempo, sospecho, debido a que solamente una parte de él estaba realmente viva.

Por supuesto debe decirse que lo corto de la vida no garantiza la intensidad, nada que ver. Por ejemplo, la vida de Dylan Thomas fue corta, pero el grueso volumen de sus cartas da una impresión de su estrechez, una existencia centrada en perturbadoramente pocos objetos, casi enteramente sensuales, y dominada por la necesidad de obtener dinero escribiendo interminables cartas en las que lo mendigaba. Keats, en cambio, falleció siendo muy joven pero sus cartas llevan la impresión omnipresente de profundidad, y todas sus actividades parecen intensas, arrolladoras, potentes y alimentadas por fuertes emociones, justo hasta la última vacilación del colapso. Por otra parte, la vida de Shelley, carente ciertamente de longitud, no careció ciertamente de intensidad pero había algo ausente en ella: la capacidad para sentir afecto personal o emociones más allá de un punto determinado donde dejaba de haber aspectos abstractos o idealistas o teóricos que le interesasen. En pocas palabras, careció de profundidad.

Observo contrastes comparables entre pares de contemporáneos en las artes. Turner dijo de Girtin, fallecido de tuberculosis, "si Tom hubiera sobrevivido, yo me habría muerto de hambre". Falso, por supuesto. Pero la vida de Turner, totalmente intensa en su trabajo (ningún artista estuvo nunca tan completamente absorto en su profesión) carecía de intensidad a nivel personal. Y la vida del pobre Géricault, trágicamente corta, fue rica en intensidad, mientras que Delacroix, que vivió durante tanto tiempo, nunca llegó más allá del punto en el que la muerte de Géricault le dejó. Hay mucho material que discutir aquí.
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