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Albert Esplugas Boter

Una regla sencilla para un mundo complejo

Si ante un problema determinado respondemos que "ya se encargará el Estado", estamos apoyándonos en un acto de fe. Pero los liberales también decimos muchas veces "de esto ya se encargará el mercado". ¿No estamos cayendo en el mismo dogmatismo?

Si ante un problema social determinado o la carencia de un servicio que creemos que la gente necesita respondemos que "ya se encargará el Estado", estamos apoyándonos en un acto de fe. Pero los liberales también decimos muchas veces "de esto ya se encargará el mercado" o "este asunto debe dejarse en manos del mercado", sin concretar ni dar más explicaciones. ¿No estamos cayendo en el mismo dogmatismo? ¿No exige la prudencia intelectual una respuesta más equilibrada, o en caso de que no sepamos ser más específicos, un humilde silencio? Pero la expresión "debe dejarse en manos del mercado" no es simplista ni dogmática, aunque a veces lo parezca; solo estamos condensando un laborioso y sólido planteamiento teórico. La expresión "debe dejarse en manos del Estado", en cambio, es tan simplista como aparenta.

Cuando decimos "ya se encargará el mercado" estamos reconociendo los límites de nuestro conocimiento y depositando nuestra confianza en la creatividad de millones de personas que arriesgan su fortuna y su reputación en un proceso que "premia" a quienes aportan soluciones y "castiga" a los que malgastan recursos. Estamos confiando en un proceso que se va autocorrigiendo y que estimula el progreso: cada individuo puede contribuir con sus propias ideas, las ideas compiten entre sí, las mejores ideas triunfan y las peores acaban desechándose.

Cuando decimos "ya se encargará el Estado", por el contrario, estamos depositando nuestra confianza en un grupo de políticos y funcionarios que actúa en un contexto completamente distinto. Los burócratas responden ante los electores que votan cada cuatro años, no ante consumidores que votan cada día cuando compran o dejan de comprar. Si no nos gusta un producto vamos a la competencia. Si no nos gusta un Gobierno tenemos que esperar cuatro años y lo más seguro es que lo reemplace uno similar. Los burócratas no arriesgan sus propios recursos sino los de los contribuyentes, con lo cual la irresponsabilidad y la ineficacia les salen gratis, contrariamente a lo que les sucede en el mercado a los empresarios. Los burócratas no ponen a competir sus ideas unas con otras, imponen su "solución" a todos uniformemente y, como actúan al margen del mercado, no son premiados con beneficios cuando sus ideas sirven a la gente, ni castigados con pérdidas cuando despilfarran recursos.

El mercado, por tanto, es un proceso competitivo auto-corrector. La expresión "debe dejarse en manos del mercado" es una forma de aludir en pocas palabras a este proceso y a los millones de individuos que participan en él y experimentan con sus ideas de manera descentralizada. La expresión "debe dejarse en manos del Estado" no encierra ningún significado más profundo, se supone que el Estado (políticos y burócratas) dará con una solución simplemente porque tiene "la voluntad" de encontrar una solución. Pero es una confianza ciega, no tenemos ninguna razón para creer que es propenso a encontrarla. En el caso del mercado sí tenemos razones para pensar que, tarde o temprano, dará con la solución más eficiente. Por eso la expresión "que se encargue el mercado" no es dogmática, sino prudente y razonable. O como destaca Donald Boudreaux, es una regla sencilla para un mundo complejo.

Esta regla sencilla, sin embargo, nos remite a un proceso de "mano invisible", como destacaba Adam Smith, y por eso inspira tan poca confianza. Estamos delegando en un proceso que armoniza subrepticiamente los intereses dispares y egoístas de las personas y que, formalmente, no nos garantiza nada. Nos inspira más confianza la mano visible del Estado, porque el Estado asegura tener la voluntad de solucionar el problema y eso nos basta como garantía. Pero deberíamos plantearnos qué ofrece en la práctica más garantías: un sistema que "promete" una solución pero no tiene una estructura de incentivos para dar con ella, o un proceso competitivo que no promete nada formalmente pero de hecho incentiva el descubrimiento de soluciones.

El que no seamos capaces de imaginar cómo el mercado puede proveer un determinado servicio no es un motivo para reclamar la intervención del Estado. El libro The Voluntary City documenta cómo el mercado ha provisto históricamente varios servicios esenciales que hoy en día se consideran competencias casi exclusivas del Estado, desde la planificación urbanística a la ley mercantil, pasando por carreteras, parques e infraestructuras urbanas, policía, servicios judiciales, asistencia a los enfermos o educación para el común de los niños. El Adam Smith Institute recoge 80 ejemplos de reformas liberalizadoras y soluciones de mercado alrededor del mundo en ámbitos como las pensiones, los transportes, el espectro radioeléctrico, correos, la preservación del medio ambiente o la cultura y el arte. El mercado continuamente está desafiando nuestra imaginación y no deja de sorprendernos con sus innovaciones. Si tuviera más margen de actuación podría sorprendernos aún más.

Hay que tener en cuenta, además, que cuando decimos "debe dejarse en manos del mercado" nos referimos al mercado en el sentido amplio del término, que incluye el sector privado sin ánimo de lucro. Lo interesante de esta matización es que los fallos del mercado, según la teoría convencional, son aplicables a las empresas con ánimo de lucro, pero no afectan a las organizaciones privadas sin ánimo de lucro. Así, como explican los autores de The Voluntary City, al ignorar las posibilidades del sector privado sin ánimo de lucro los críticos del mercado están subestimando las posibilidades del mercado en el sentido amplio del término. En el supuesto de que las empresas con ánimo de lucro no sepan encontrar una solución, aún hay buenas razones para decir "que se encargue el mercado".

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