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Alberto Benegas Lynch

Después de Pittsburgh

El mercado libre, el liberalismo o el capitalismo significan operar bajo el imperio de la justicia, es decir, realizar transacciones en base a unos principios morales básicos que se traducen en la responsabilidad de cada uno por sus actos.

La nueva reunión del G20 que tuvo lugar el 24 y 25 de septiembre en el Centro de Convenciones David L. Lawrence en Pittsburgh, es la continuación y confirmación de la mantenida el Londres en el pasado mes de abril. Resucitó la letanía de la necesidad de mayores regulaciones del sistema financiero, se condenó la codicia empresarial, se insistió en la necesidad de "equilibrar las desigualdades del desarrollo", la conveniencia de mantener gastos públicos elevados y tipos de interés reducidos para financiar "políticas de estímulo", fortalecer al Fondo Monetario Internacional y redoblar esfuerzos de los aparatos estatales para lograr "un adecuado balance ecológico"; todo ello en el contexto de una atmósfera crítica para el capitalismo, los mercado libres y "la agenda neoliberal".

En las puertas de la convención de marras, hubo enfurecidas manifestaciones contrarias a las políticas establecidas que pusieron de manifiesto un grave cortocircuito en diversos planos conceptuales. En los carteles más repetidos se leía "No a los rescates, no al capitalismo" (como sinónimos), lo cual resume un mal entendido que no se circunscribe a estas marchas callejeras sino que está muy extendido en muy diversos lares. Así, es muy frecuente entender que se trata de capitalismo y de mercados abiertos el propiciar fenomenales transferencias coactivas de recursos desde las áreas productivas a las grandes corporaciones fracasadas por ineptitud o por irresponsabilidad pero con gran poder de lobby; la manipulación de los tipos de interés por la banca central; la colosal monetización de la deuda; la forzosa redistribución de ingresos que contradice la pacífica y voluntaria asignación de factores productivos; la maraña de absurdas regulaciones asfixiantes; las contraproducentes y grotescas intromisiones de los políticos en el medio ambiente; y el bochornoso rol del Fondo Monetario Internacional de usar el fruto del trabajo ajeno para ahuyentar inversiones y que, consecuentemente, reduce los salarios en términos reales, alienta políticas estatistas y demuele los marcos institucionales civilizados.

Es de gran importancia subrayar que estas políticas que tozudamente vienen adoptándose de manera creciente en los últimos tiempos han sido avaladas por personas que sólo tienen como objetivo conservar sus activos –sin importarles que sean otros quienes paguen los platos rotos– y también por adeptos a las intervenciones del Leviatán, curiosamente bajo el manto de un falso discurso pro-capitalista (y no digo "neoliberal" ya que es una etiqueta inventada por distraídos, puesto que en los tiempos que corren es una denominación con la que ningún intelectual serio se identifica).

Esta estrategia tiene su base en un lenguaje hipócrita de ciertos politólogos (generalmente vinculados a empresarios dadivosos), profesionales acomodados y señoritos de la city apoltronados en distintas mansiones de las más diversas latitudes, con sus telarañas mentales y malabarismos verbales en defensa del statu quo son más nefastos que la izquierda más extrema. Ahora, Michael Moore subraya el desatino en su nueva producción cinematográfica en la que identifica "el capitalismo" con la rapiña. Con todo esto confunde a personas de buena fe que en verdad consideran que lo que ocurre es consecuencia de la libertad y que las crisis recurrentes se deben a ese sistema, en lugar de percibir que, precisamente, las fluctuaciones del pasado (y los que vendrán por intentar esconder la basura bajo la alfombra) son debido al abandono de los mercados libres y de la consiguiente falta de respeto a los derechos de propiedad.

El mercado libre, el liberalismo o el capitalismo significan operar bajo el imperio de la justicia, es decir, realizar transacciones en base a unos principios morales básicos que se traducen en la responsabilidad de cada uno por sus actos. Estos sistemas obligan a interesarse por el prójimo como condición ineludible para el propio progreso.

Las únicas declaraciones razonables en estas reuniones del G-20 fueron las de Angela Merkel en una entrevista al Financial Times. En esa ocasión puso de relieve que no le resultaba claro como puede ser que si la crisis se desató debido a que los gobiernos estaban gastando y endeudándose desproporcionadamente, " pretendemos ahora resolver la crisis con más gasto y endeudamiento estatal".

En mi libroEstados Unidos contra Estados Unidos editado por el Fondo de Cultura Económica muestro el escalofriante abandono por parte de gobernantes estadounidenses de los extraordinarios principios enunciados por los Padres Fundadores, lo cual se insinuó primero con F.D. Roosevelt pero se agravó notablemente con G. W. Bush. A pesar de nuestras esperanzas de que se revierta la tendencia con Obama, la situación está empeorando en grado alarmante tal como lo detallan, entre otros, Jeffrey Miron de Harvard y Thomas Sowell de Stanford y, de modo destacado en el periodismo televisivo y radiofónico, Glenn Beck y Rush Limbaugh. Para bien del mundo libre, sería deseable que las grandes reservas morales de ese país reencaucen lo ocurrido para fortalecer sus ricas tradiciones republicanas.

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