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Alberto Benegas Lynch

La vida como diversión

El ser humano se distingue del resto de las especies por su capacidad intelectual. Su voluntad y libre albedrío lo habilitan para decidir entre distintos cursos de acción. Puede actualizar sus potencialidades para ensanchar su intelecto o puede paralizar esta posibilidad y, en la práctica, retrotraerse a la condición animal y tirar así por la borda la extraordinaria dotación recibida como ser humano. Puede explorar las más intrincadas avenidas con su mente, tamizando, escudriñando e indagando, en otros términos, recurriendo al don del pensamiento en el afán de autoperfeccionamiento para que cuando concluya su vida –siempre corta– se pueda decir de él que dejó testimonio constructivo para sí y para los demás, y no simplemente que en su entierro pueda decirse que no mató a nadie, es decir, que nació, comió, copuló, defecó y murió. En este caso es como si hubiera muerto un animalito, desperdiciándose la condición humana del modo más brutal.

Si nos guiamos por algunos síntomas, parecería que en no pocos lares habría una proporción importante de personas que están en esto. De mala gana pasan por unos ejercicios rituales que llaman estudios para luego enfrascarse en trabajos cotidianos que no hay más remedio que hacer para subsistir y, en el tiempo disponible, hay que divertirse, distraerse y entretenerse. Es de interés atender el significado de estas últimas palabras. Etimológicamente, divertirse proviene de divertere, esto es desviarse. Entretenerse proviene de intertenere, esto es, detenerse entre y, por último, distraerse deriva de distrahere, lo cual significa apartarse. Entonces, desviarse, detenerse entre y apartarse expresan formas de darle la espalda a metas, obligaciones y tareas propias del ser humano. Vivir divertido es vivir apartado de la misión central del hombre. Hoy, tanta es el ansia de vivir en un paréntesis –entretenerse–, tanto se fomenta la distracción que se corre el riesgo de que la raza humana se transforme en una masa amorfa de distraídos y se pierda la brújula de cuál es el sentido de la vida y, por ende, la condición humana se asimile a un pantano maloliente.

Como es sabido, la riqueza en el lenguaje muestra un estrecho correlato con la riqueza en el saber. En la actualidad, en muchos ámbitos parecería que se pasa por las etapas del empobrecimiento de la lengua para luego situarse en una serie de ruidos guturales irreconocibles. En estos casos, la lectura es sustituida por la imagen, lo cual reemplaza la conceptualización por el caso particular. El bombardeo de datos más o menos trivial e irrelevante pretende sustituir al conocimiento.

Giovanni Papini nos habla de los “cerebros deshabitados y las almas desiertas” donde se reemplaza la conversación por la “repetición cotorril de noticias y opiniones sacadas de los periódicos de la mañana y que todos conocen”. En este contexto, Miguel de Unamuno se refería a los “mamíferos verticales”. Fernando Savater dice: “Detesto tanto ese bostezante tormento llamado vida social que no me extrañaría si, tras mi existencia pecaminosa, en lugar de ir al infierno me condenasen a un cóctel”. Neil Postman describe magníficamente bien los estragos que, salvo honrosas excepciones, hace la televisión donde sostiene que la secuencia de imágenes y frases cortas más o menos frívolas hace que mucha gente esté “cada minuto más tonta”. Se abandona así la posibilidad de ensanchar el alma y el rol de las ideas se tira a un costado para que, eventualmente, la levanten otros. Víctor Massuh con razón escribe que “Siempre creí que las ideas eran no sólo el mejor modo de conocer la realidad, sino también de transformarla”.

Sin duda que lo dicho ni remotamente se refiere a toda la humanidad, puesto que si ese fuera el caso sería el fin de la civilización. Hay muchos esfuerzos que se realizan para revertir la enfermedad de la diversión ininterrumpida para poner las cosas en su debida proporción, esto es, darle prelación a lo importante dejando lo accesorio en segundo lugar. La distracción, el divertimento y el entretenimiento resultan necesarios como un recreo para redoblar las tareas primordiales del hombre, pero la diversión como forma de vida, divierte, esto es, como queda dicho, aparta al ser humano de su propia naturaleza.

Alberto Benegas Lynch es vicepresidente–investigador senior de la Fundación Friedrich A. von Hayek de Argentina.

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