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Alberto Benegas Lynch

Obama, por el mal camino

Obama está empeorando a pasos agigantados el legado de Bush, debido a la extensión de los "rescates" y a la profundización del ruinoso sistema de socialización de la medicina.

El nuevo presidente de Estados Unidos se ha propuesto acabar con la vergüenza de Guantánamo, eliminando la tortura y respetando los procedimientos. Todo lo cual es digno de encomio. Sin embargo, el empecinamiento por consolidar e incrementar los llamados "rescates públicos" no hacen más que agravar la situación económica, produciendo monumentales transferencias coactivas de renta desde las áreas generadores de riqueza hacia las fracasadas, ya sea a través de la fiscalidad o de una inflación causada por la creciente monetización de deuda.

Obama ha incrementado el déficit fiscal del cinco al trece por ciento del PIB en un semestre. Esta transferencia va desde los trabajadores productivos hacia las empresas con más recursos para presionar al poder y a los medios. Durante un cierto tiempo podrá "esconderse la tierra bajo la alfombra" pero esta estrategia tiene las patas cortas: tarde o temprano los costos de la irresponsabilidad se terminarán pagando.

Como he señalado en reiteradas ocasiones, la política de G. W. Bush dejó la economía en una situación lamentable. La tasa de crecimiento del gasto público sobre el PIB fue la más alta desde F. D. Roosevelt. Bush pidió cinco veces autorización al Congreso para incrementar la deuda federal, que llegó a representar durante su mandato el 70% del PIB (de la cual, la mitad está en manos de extranjeros, ya que no tenía suficiente con succionar los ahorros internos); absorbió el superávit fiscal que le dejó su predecesor e incurrió en un déficit colosal; incrementó notablemente el número de regulaciones absurdas –que ya ocupan setenta y cinco mil páginas anuales–; restringió de manera muy considerable las libertades individuales como el secreto bancario, las conversaciones telefónicas privadas y las comunicaciones por internet; inició el hábito de la detención sin juicio previo; autorizó que se tercerizara la tortura en otros países; inventó las figuras del "enemigo combatiente" y del "testigo material" con la intención de desconocer las disposiciones de la Convención de Ginebra respecto al tratamiento de prisioneros de guerra; y convirtió a Guantánamo en una pocilga antijurídica. Todo ello bajo el paraguas de la patraña de la "invasión preventiva" de Irak.

La participación del Estado en el conjunto de la renta nacional se ha multiplicado por diez desde la Primera Guerra Mundial: la burocracia del Gobierno central es hoy de treinta y cuatro millones de personas. Bush insistió en su tesis de starve the beast con la esperanza de que al recortar impuestos se redujera al gasto público; pero no, se elevó paralelamente de modo exponencial. Si se proyecta el presupuesto nacional al año 2017, todos los impuestos federales no alcanzan para financiar solamente el programa de la llamada "seguridad social".

Asimismo, la administración de G. W. Bush presionó a las empresas inmobiliarias cuasi-estatales Freddie Mac y Freddie Mae para que otorgaran préstamos hipotecarios sin las suficientes garantías, lo cual condujo a una estrepitosa burbuja que al poco tiempo estalló por los aires. Siempre, claro, con la ayuda de la Reserva Federal, que redujo constantemente los tipos de interés para que los agentes económicos creyeran que negocios no rentables en realidad sí lo eran. Tengamos también en cuenta que sólo durante los 18 años del mandato de Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal, el IPC se incrementó un 74%.

Todo esto es cierto, pero Obama, en el contexto actual de un creciente desempleo, empeora a pasos agigantados el legado de Bush debido a la extensión de los "rescates" y a la profundización del ruinoso sistema de socialización de la medicina (que no sólo implica nuevos y feroces gastos sino que pone en serio riesgo la salud de los norteamericanos). Además, todas estas propuestas se presentan en un galimatías legislativo que consume nada menos que mil páginas.

El otrora baluarte del mundo libre sigue apartándose de los extraordinarios valores y principios establecidos por los Padres Fundadores. Hace poco, el Fondo de Cultura Económica me editó un libro titulado Estados Unidos contra Estados Unidos en el que señalo estos graves y persistentes desvíos en los campos más variados. Para bien del mundo libre es de desear que ese gran país rectifique su rumbo cuanto antes y se aparte de las políticas que precisamente rechazaron sus habitantes originales, quienes huyeron despavoridos de las persecuciones implacables del Leviatán.

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