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Alberto Gómez

La rebelión de las mascotas

La sociedad estaba tan permeada por la propaganda de izquierdas y sus instituciones tan dominadas por ésta que, aun derrotada ideológicamente, la izquierda sobrevive de la reverberación de esa propaganda, sin necesidad de una gran teoría que la sostenga.

Nunca una tragicomedia televisiva me ha hecho reír y llorar tanto como el otro día. En un par de horas, vi desfilar en la televisión el enésimo entierro del sentido común, un catálogo de consecuencias y su restitución cómica, grotesca, vergonzante. Zapeando un par de canales progres, primero vi un programa de "noticias" antifranquistas cuestionando la autoridad. Luego, noticias de ataques terroristas islamistas, después grupos de adolescentes que siembran el terrorpor las piscinas. A continuación, utilizando métodos autoritarios, vi a un señor que se dedica a enderezar niños conflictivos que tienen a sus padres contra las cuerdas y, de corrido, a un entrenador de mascotas salvajes que tienen a sus dueños esclavizados.

Una cultura se renueva a si misma mediante la recitación y representación simbólica de la historia sagrada de su fundación. Un principio que se aplica tanto a las sociedades míticas primitivas como a nuestra sociedad moderna, progresista y "científica". La España de la post-transición se fundamenta en la convicción, compartida, de la culpabilidad del franquismo y en general de la derecha. Todo lo demás fluye de esto. La sociedad progresista requiere para su continua vitalidad el periódico ensayo y recuerdo del franquismo, que convierte en representación del mal a toda nuestra historia y a los españoles no-izquierdistas que la representan, y como representación del bien este régimen y los izquierdistas de todos los partidos.

Este rechazo radical del pasado no es una peculiaridad española. No es por la dictadura. Ni siquiera es una peculiaridad europea. De hecho el párrafo anterior lo he parafraseado de una página web norteamericana, cambiando EEUU por España y "racismo" por "franquismo". Hubiera sido idéntico utilizando el colonialismo y cualquier otro país europeo. Si no existiera la excusa de la dictadura posterior al golpe socialista, entonces la izquierda en España esgrimiría nuestro pasado colonial. La sociedad, antes de la caída del Muro, estaba tan permeada por la propaganda de izquierdas y sus instituciones tan dominadas por ésta que, aun derrotada ideológicamente, la izquierda sobrevive de la reverberación de esa propaganda, sin necesidad de una gran teoría que la sostenga. En realidad la ideología sobra cuando se tiene la religión y los ritos.

Los que han soportado la parte final de los telediarios de la primera, con su sección fija dedicada a la maldad del franquismo y en general de la derecha, saben que estamos hablando de actos de afirmación religiosa mucho más vivos que la programación de los domingos por la mañana. De esa demonización sacralizada del pasado se puede extraer una filosofía de vida completa. Por ejemplo, si históricamente se valoraban la autoridad, el valor, la lealtad y la educación, se concluye por un silogismo implacable que todas esas cosas son malas o despreciables. No es extraño que los terroristas vayan ganando la guerra y hasta las mascotas manden a sus anchas por las casas.

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