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Alberto Gómez

Neuras laborales de ZP

Para favorecer la creación de empleo –y la generación de riqueza– sería necesario sacar de las espaldas de las compañías el peso de ser las proveedoras de seguridad y poner esa función en toda la sociedad en su conjunto.

ZP tiene una visión mágica de la economía. En las islas del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial, se desarrollaron con la llegada de los norteamericanos unas religiones providencialistas que los antropólogos llamaron cargo cult. ZP ha resucitado y adaptado esas prácticas. Un ejemplo es su idea de que la crisis es como un temporal traído por los dioses exteriores para el que sólo se necesita apretar las jarcias de la nave sosial y esperar a que lleguen las vacas gordas de fuera; con ese objetivo, ejecuta ritos propiciatorios, como colarse al G-20 y tocarle la chepa a Obama. Esta idea mágica de la economía merece un estudio aparte. Con respecto al mercado laboral, pese a que, incluso dentro de su partido, se ha pedido flexibilizarlo, ZP se niega indignado a rebajar esas "conquistas sociales" como son esas indemnizaciones abultadas por despido en proporción a la antigüedad, que tanto paro y temporalidad generan. Pero eso no es un problema de ZP, sino que se extiende a toda la sociedad española.

Fue el economista Ronald Coase quien descubrió que el sueldo fijo de alguien dentro de una empresa tiene el sentido económico de pagar por hacer diversas tareas que serían demasiado complicadas de contratar y valorar por separado. Si el ser humano fuera sólo un "homo economicus, podríamos comprender lo que es una empresa simplemente añadiéndole la labor innovadora del empresario. Pero el ser humano tiene una complicada naturaleza tribal, heredada de nuestro pasado evolutivo. La tribu permitía ser más eficientes en tareas de supervivencia, pero además servía para la ayuda mutua. Por otra parte, para favorecer la coordinación dentro del grupo son necesarias cosas como el liderazgo y una visión más o menos común. Todo grupo humano tiene esas funciones y características.

Lo anterior impone una doble naturaleza a la empresa: por un lado, el empresario piensa en ocasiones económicamente cuando contrata a un trabajador por un tiempo en vez de hacer varios contratos con empresas externas. Pero, por otro y en general, la empresa es un grupo humano que tiene que funcionar como tal. 

Esta segunda visión, grupal o social, se concreta en cada cultura de distinta manera. Exagerando un poco, en la sociedad norteamericana la empresa es como un grupo de colonos religiosos, con una misión y un ideario, lanzado a la conquista de lo desconocido (pero un colono puede cambiar de grupo, al fin y al cabo, los colonos a veces ni se conocen). En Japón, donde existe una tradición feudal, la empresa lo es todo y se le debe absoluta obediencia. Es donde el trabajador "vivirá" el resto de sus días. 

En España, el concepto católico de empresa, paternalista, pasado por el organicismo franquista, establece que la empresa es como una familia y, por tanto, el despido no es un trámite –como en el caso americano– ni un destierro –como en el caso nipón– sino algo inmoral por lo que el trabajador debería ser indemnizado. En España, un puesto fijo con sueldo fijo es un derecho, no una conveniencia económica de dos partes. Es por eso que quizá en nuestro país se contratan tan pocos seguros privados. Los socialistas de ZP han tomado esas peculiaridades culturales nuestras como "una conquista histórica de los trabajadores". Es normal que piense así una gente cuyos mitos históricos se remontan al siglo XIX y su geografía mental se reduce a poco más que su pueblo, Madrid, Estados Unidos e Israel.

En los países del sur de Europa, dice Fukuyama en su libro La gran ruptura, la confianza y por tanto la ayuda mutua en la calle es escasa y, en cambio, es muy fuerte dentro de los clanes familiares, grupos de amigos, etc. En cambio, en la cultura protestante, la confianza y la ayuda se extiende a toda la sociedad mas allá de los grupos individuales. Es normal que aquí arrojar a alguien fuera de un grupo –por ejemplo, una empresa– se considere como algo más grave que en un país protestante. Y viceversa: contratar a alguien tiene aquí la pompa burocrática y el compromiso de una boda o una adopción. Así se entiende la obsesión ibérica en general y socialista en particular por el puesto de trabajo y también la alta tasa de paro. Por otro lado, el liderazgo aquí es más social y político, no empresarial. No existe el concepto de misión de empresa como ocurre en el caso de los norteamericanos, lo cual lastra la innovación y el establecimiento de distintas culturas de empresa en competencia.

No creo que queramos o podamos instaurar el modelo nipón en crisis, de veneración a la autoridad y lealtad absoluta a la empresa. Para favorecer la creación de empleo –y la generación de riqueza– sería necesario sacar de las espaldas de las compañías el peso de ser las proveedoras de seguridad y poner esa función en toda la sociedad en su conjunto. Además, en la medida de lo posible –y eso sería otro tema– la ayuda no debería basarse en la burocracia estatal, sino en la sociedad civil.

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