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Alberto Gómez

Confíe en mi, soy científico

Aunque una actitud individual constantemente autocrítica es propia de una mentalidad depresiva, en nuestra civilización, sin embargo, el debate abierto impide el sectarismo y el consiguiente alejamiento de la realidad.

 

Así se titula un corto artículo de Investigación y Ciencia de Septiembre de 2011. El autor, después de aclarar que los científicos tienen muchísimo prestigio en la sociedad, se pregunta: ¿Por qué, pues, se confía en los científicos en asuntos de carácter general, pero no en ciertas cuestiones concretas? O ¿por qué la gente no confía de forma ciega en los científicos, como debería ser? Entre las "pruebas" de la superioridad de la ciencia, el autor señala el casi absoluto consenso acerca del calentamiento global, que es absolutamente falso, porque no solo no hay consenso sino que el calentamiento global mas parece una gigantesca estafa que otra cosa. Lo cual nos lleva a la relación íntima entre el poder, el autoengaño y la mentira.

Cualquier actividad con prestigio atrae, por definición, dinero y personas que, consciente o inconscientemente, son más hábiles en dilapidar ese prestigio con fines egoístas que en seguir legitimando la institución. Eso ocurre en todas las actividades y la ciencia no es una excepción. Las revistas científicas y la misma Universidad están sucumbiendo al dinero fácil de las subvenciones para demostrar lo que quiera el que paga. Desde el feminismo de los llamados "estudios de género" al dinero Saudi en cátedras de historia, o el catastrofismo climático o la obsesión anticristiana. Como consecuencia, la mentira o la media verdad se acepta si va en la "buena dirección". Por ejemplo, en ese mismo número de la revista se habla de los "defectos" del ojo humano como prueba de su diseño evolutivo y no de diseño inteligente. Se "olvida" que esos llamados "defectos" permiten al ojo girar libremente. Dado que el principal distorsionador de la ciencia es la política, no es extraño que filósofos como Feyerabend hayan pedido la separación entre ambas.

El engaño convincente empieza por uno mismo. Por razones evolutivas, nuestro inconsciente nos cuenta la historia más favorecedora que los otros sean capaces de aceptar. Cuando se sobrepasa ese límite, se entra en el mundo del sectarismo o en la locura del que se cree Napoleón, pero mientras nuestro subconsciente produzca historias aceptables, todo va bien.

La mentira gobierna el mundo, decía Rebel. El Islam, por ejemplo, no da ningún valor a la verdad que no sea la revelada. Mentir es bueno si con ello se defiende la sumisión a Alá. Como consecuencia, una sociedad es más infértil cuanto más islámica. En comparación, y también por motivos religiosos, esta es una civilización extraordinaria basada en el valor de la verdad. Aunque una actitud individual constantemente autocrítica es propia de una mentalidad depresiva, en nuestra civilización, sin embargo, el debate abierto impide el sectarismo y el consiguiente alejamiento de la realidad. Y por eso mismo, la sociedad es vulnerable cuando el sectarismo se apodera de las instituciones e impide el debate, normalmente con una falsa y tergiversadora autocrítica, que va dirigida hacia la deslegitimación del disidente. De ser La Civilización estamos pasando a ser una civilización cualquiera, tal como quieren los que viven de la mentira.

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