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Alberto Míguez

Chantaje y respuesta

Durante muchos años, Panamá fue la puerta de entrada de cuanto el régimen castrista —sobre todo alta tecnología informática, sistemas de armas y otros productos sensibles— y no podía comprar a causa del embargo comercial. La colaboración panameña con el régimen castrista empezó con el general Torrijos y se potenció durante el mandato del general Noriega, hoy en un penal norteamericano, compadre de Torrijos en negocios, narcotráfico y otros menudos asuntos. Por Panamá entraron, gracias a empresas pantalla montadas por la inteligencia cubana, desde productos gastronómicos para Castro y su claque a componentes químicos para el refino de estupefacientes. No era, por tanto, un lugar de importancia menor para la estrategia continental del régimen castrista.
 
Mediante chantaje, amenazas, operaciones encubiertas, invitaciones y regalos, Castro había logrado controlar a una parte de la clase política panameña, y cuando sus servicios especiales montaron un supuesto atentado contra el tirano durante la Cumbre iberoamericana de Panamá y acusaron a cuatro luchadores anticastristas, vio la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro: por una parte eliminar a un grupo de ancianos enemigos, y especialmente a Luis Posada Carriles, un histórico de la lucha contra la tiranía, y por otra, demostrarle a la presidenta Moscoso quién mandaba allí. No consiguió que el Estado soberano de Panamá le entregase a los anticastristas que preparaban ese atentado inventado (jamás se demostró que hubiera tal proyecto ni que los cuatro detenidos estuvieran involucrados) para asesinarlos en territorio cubano, como hizo el “generalísimo Trujillo” con el español Jesús de Galíndez y otros oponentes a su tiranía.
 
Como sabía que iba a ser difícil lograrlo ante el escándalo internacional que podía montarse, intentó que la extradición se produjera por Venezuela: como siempre el compañero Chávez, colaborador necesario en este y otros complots, estaba encantado en echarle una mano a su pariente caribeño.
 
En un arranque de sentido común y dignidad, la presidenta Moscoso decidió terminar su mandato indultando a los cuatro luchadores anticastristas porque no se fiaba —sus razones tendría— de lo que podría hacer el presidente entrante, Martín Torrijos (hijo del inolvidable gorila panameño), una vez en el poder. Por si acaso, pues, liberó a los cuatro prisioneros políticos —¿qué otra cosa eran?— pese a las bravatas y amenazas de Castro, que retiró a su embajador. Todo un ejemplo de dignidad, el de la polémica presidenta Moscoso, que otros dirigentes iberoamericanos como Lula, Kichner, Ricardo Lagos y Carlos Mesa podrían imitar aunque no lo harán, tranquilos. Prefieren seguir de mayordomos y mamporreros del castrado: vaya tropa.
 
Castro se ha quedado sin el supermercado panameño, que era, también, un centro de sus actividades de inteligencia y subversión en el istmo centroamericano. La operación concluye con un sonoro palmo de narices. Por supuesto que el régimen cubano seguirá con su labor de subversión, agitación, contrabando y terrorismo a nivel latinoamericano y mundial. Pero al menos en este caso el chantaje no funcionó: una buena noticia y un varapalo a la chulería, la arrogancia y el descaro del tirano.

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