Asombrosa y extravagante trayectoria la del comandante o teniente coronel Hugo Chávez, que hace unas horas despidió su campaña electoral aconsejando a sus compatriotas que el día del referendum se levantasen a las tres de la mañana porque a quien madruga, Dios le ayuda. Posteriormente, añadió, deben postrarse ante el Señor y orar. La conversión, reversión o diversión de Chávez refleja mejor que nada el carácter circense del régimen que dirige con mano de hierro y espuela.
La referencia circense para nada es gratuita porque el comandante aseguró que, si algún día tiene que negociar con la oposición, lo haría con Bush: "yo hablo con el dueño del circo, no con los payasos". Ése ha sido el tono general de la campaña "bolivariana", con mención también a José María Aznar acusado hace unos días de participar, promover o jalear el golpe de Estado que estuvo a punto de derrocar al comandante y sus amigos.
Aunque obviamente no es el momento de criticar la política exterior del aznarato, tan criticable por lo demás, conviene recordar la luna de miel entre el presidente español y el autócrata venezolano. Entonces Hugo y José María se admiraban y abrazaban. Aznar creía -¿lo sigue creyendo todavía?- que no importaban las características de sus interlocutores exteriores fuesen quienes fuesen. Eso explica que en un momento dado hubiese invitado a Fidel Castro a la Moncloa, visitase a Gadafi en su jaima del desierto, se inclinase ante el mollah Jatami, abrazase a Bachir El Assad y al general Ben Alí de Túnez, como si fuesen dirigentes democráticos elegidos pos sus pueblos, respetabilísimos. Con esas compañías y amistades nadie puede extrañarse que de vez en cuando reciba Aznar un soplamocos póstumo de ex-amigos. En el poder no vale todo. Hay ciertos principios que conviene respetar para ser respetado.
Ahora el comandante halaga a ZP y exalta las relaciones privilegiadas que dice mantener con el Rey de España. Veremos cuanto dura el romance.