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Alberto Míguez

El antisemitismo inducido

Los burócratas de Bruselas se han puesto melindrosos y prefieren culpar a quienes elaboraron una encuesta sobre la imagen de Israel en Europa, donde quedaba claro que un porcentaje muy alto de ciudadanos es antisemita, que reconocer lo que para muchos es obvio: el antisemitismo ha ido en aumento durante los últimos diez años y todas las encuestas, no sólo esa, lo reflejan.
 
Claro que, para no salirse de lo políticamente correcto, el Comisario británico Chris Patten (Mr. Pesc bis, el genuino es Javier Solana) ha salido del paso diciendo que lo que refleja este sondeo es “el malestar con muchas políticas del gobierno israelí”. He aquí una tontería ilustre adornada con los floripondios diplomáticos al uso.
 
Es obvio que algunos antisemitas de nueva planta pueden haber sido inducidos por la discutible política del primer ministro Sharon, pero la clave del problema no está ahí. ¿Qué tiene que ver con Sharon el incendio de sinagogas, las agresiones contra rabinos, las profanaciones de cementerios, las inscripciones amenazadoras en las asociaciones judías de Francia, Alemania, Italia, Bélgica y otros países?
 
Hay una ola de antisemitismo inducido que afecta a muchos países europeos donde antaño había ya raíces de trágico recuerdo. Negarlo es negar la evidencia, aunque resulte más cómodo y tranquilizador, como acaba de hacer Romano Prodi: “convocar un Seminario al que serán invitadas figuras de la comunidad judía”. Como método para diluir responsabilidades, no está mal. Pero la verdad es más difícil de avalar: la responsabilidad del antisemitismo creciente es de los propios gobiernos europeos, de los medios de comunicación de masas, de una cultura xenófoba y racista donde los prejuicios religiosos tienen mucho que ver. Y, desde luego, de la política exterior europea sobre Oriente Medio, que es un muestrario de hipocresía, incoherencias y doble moral. Ahí están las raíces del antisemitismo, no le den más vueltas.

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