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Alberto Míguez

El tirano y el inocente

La visita que Jimmy Carter y su esposa Rosalyn –una pareja feliz– están haciendo a Cuba acompañados del “comandante en jefe”, vulgo Fidel Castro, recuerda en muchos aspectos las que hicieron hace años Manuel Fraga y el Papa, solo que en este caso se produce cuando el régimen comunista cubano está todavía mas agobiado, aislado y empobrecido.

Cualquier turista político –y Carter lo es– podría fácilmente descubrir que la invitación girada por Castro es siempre una astuta maniobra para hacerle comulgar con ruedas de molino y exprimirlo como una toronja. Así pasó con el presidente de la Xunta de Galicia y así sucedió, ay, con Su Santidad. Después de la misa solemne y multitudinaria de Juan Pablo II, ni Cuba se abrió al mundo ni el mundo se abrió a Cuba como se las prometían Vázquez Montalbán y otros amiguetes. Todo fue una inocentada sarcástica, tanto más sarcástica cuanto el inocente era el Papa.

La experiencia demuestra que quien acepta la hospitalidad de Castro, sale trasquilado. Cuando el tirano juega en campo propio, él o los inocentes terminan tragando el anzuelo. En el mejor de los casos, Castro obsequia a su huésped con un regalo final: unos cuantos disidentes liberados y una botella de ron añejo. En el caso del Papa hubo de esperar tres años para recibir el obsequio de fin de fiesta: unos cuantos penados liberados, más que nada para hacer sitio en las cárceles, que están llenas hasta la bandera.

Con Fraga pasó algo parecido, Castro tasa el kilo de disidente según la coyuntura exterior. Los presos de conciencia por razones religiosas son mucho más baratos que los políticos. Por ejemplo, es más peligroso ser demócrata y pedir un referéndum que hacer proselitismo callejero con la Biblia bajo el brazo. Los testigos de Jehová y los mormones lo tienen crudo, casi tan crudo como los espías de la CIA: además, en la lógica del régimen son lo mismo.

El objetivo principal de esta invitación era para el “coma-andante” desacreditar al presidente Bush y sus colaboradores por la gravísima acusación lanzada por el Secretario de Estado sobre la colaboración de Cuba en la fabricación de armas biológicas y compartirlas con algunos amiguetes como, por ejemplo, el coronel Gadafi, Saddam Hussein y los ayatolás iraníes. Para neutralizar la acusación, Castro paseó al matrimonio Carter por un Centro de investigaciones biológicas y biotecnología donde por supuesto ni Jimmy ni Rosalyn encontraron una cepa de ántrax o un barril con gas mostaza, y eso que miraron bien, incluso debajo de las sillas.

A cambio de la visita y las varias cenas con que fueron obsequiados, el inocente y su señora terminaron desmintiendo que Cuba participase en la gestión del bio-terrorismo como aseguraban Bush y el subsecretario de Estado de Seguridad, John Bolton. Nada por aquí, nada por allí: era un rumor sin fundamento. Bendita ilusión, bendita inocentada.

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