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Alberto Míguez

Entre la nada y las misiones humanitarias

En un documento para “uso interno” del Ministerio de Defensa podía leerse recientemente lo que sigue: “las Fuerzas Armadas españolas se han debatido entre la nada y las misiones humanitarias o de paz en lo que a actuaciones exteriores se refiere. El 11 de septiembre les brinda ahora una nueva oportunidad si se definen correctamente los términos para recuperar pública y mentalmente su esencia, la disposición al combate. Y esto lo pueden lograr si los ejércitos llegaran a definir su papel y potencial contribución en la lucha contra el terrorismo global”.

Ideas, sin duda, inteligentes y necesarias pero, vistos los últimos requerimientos de la ONU y los planes operativos de la OTAN para las Fuerzas Armadas españolas, éstas parecen condenadas a seguir realizando misiones humanitarias, respetable dedicación sin duda pero que, sinceramente, poco tienen que ver con las misiones de los ejércitos en todo el mundo.

Durante la década (y medio cuarto) socialista, personajes como los dos Serra y otros amigos de menor cuantía dedicaron sus esfuerzos a reconvertir en ONG a las Fuerzas Armadas españolas con la nada oculta intención de mejorar su imagen, algo que probablemente consiguieron pero ¡a qué coste! España es uno de los países de la OTAN que menos dinero dedica a la defensa y ya es un tópico repetir que la sociedad española carece de “cultura de defensa”, es decir, que le importa un pito si su país está mejor o peor defendido e ignora, porque nadie se lo ha explicado, para qué narices sirven las Fuerzas Armadas y si sirven para algo.

La política del gobierno –de éste y del anterior, y del anterior al anterior– se dirige a seguir manteniendo la ficción según la cual unas Fuerzas Armadas profesionales con material anticuado, formación y entrenamiento deficiente y nula motivación son capaces de cumplir con las misiones que les señala la Constitución. Todo el mundo sabe –y los jefes militares los primeros– que para cumplir con ciertas misiones exteriores (Bosnia, Kosovo y ahora probablemente Afganistán) hubo que improvisar una complicada cirugía de injertos y prestamos en personal, material y logística porque ni el personal que había era operativo, ni el material alcanzaba para este personal por inadecuado.

Ojalá alguien (¿quién? ¿El ministro Trillo tal vez?) sea capaz de definir el papel de los ejércitos ante el terrorismo global. Al respecto, conviene recordar que cuando el Jefe del Estado Mayor dijo algo tan sensato como que no podía excluirse la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el terrorismo interno fue patéticamente desmentido por el ministro de la cosa en el Congreso, porque supuestamente una afirmación de este tenor era “inoportuna” aunque fuese también constitucionalmente impecable. Este tipo de comportamientos, en el mejor de los casos, recuerdan a Pancho Villa.

El ministerio de Defensa ha preferido ocupar los ocios de sus colaboradores con una “revisión estratégica” de la defensa que se produce tarde, mal y nunca, cuando la OTAN parece haberse esfumado y redefine (¡qué remedio!) su propio concepto estratégico, cuando Rusia y Estados Unidos hacen lo propio para adaptar su estrategia a los nuevos desafíos nacidos del 11 de septiembre y cuando uno de nuestros “escenarios estratégicos naturales” (el Mediterráneo occidental y el norte de África) ha cambiado radicalmente... y más que cambiará.

Obviamente, a nadie parecen interesarle estas minucias y dado que Aznar no ha podido enviar en el primer momento de ardor guerrero a la Legión y su cabra hasta Afganistán, nos contentaremos con expedir camilleros y practicantes a esos yermos.

En España

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