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Alberto Míguez

España-Marruecos: La crisis

Estaba cantado que las relaciones hispano-marroquíes entrarían en crisis si, como parecía probable, la negociación pesquera se cerraba sin resultados tras un año de dimes y diretes, regateos y disimulos.

Unas declaraciones de José María Aznar indicando que la decisión marroquí de no aceptar compromiso alguno en el terreno pesquero tendría consecuencias para las relaciones bilaterales y muy probablemente para las que mantiene Marruecos con la Unión Europea, desencadenaron la crisis abierta. Por mucho que busco, no encuentro amenaza alguna contra Marruecos, aunque el PSOE, siempre al quite oportunista y que se apunta a un bombardeo cuando sea para darle leña a Aznar, calificó de “inadmisibles y contradictorias” estas declaraciones.

El joven rey de Marruecos, Mohamed VI, expidió inmediatamente a Madrid a sus ministros de Interior y Exteriores y a su jefe de gabinete con la intención de reducir al mínimo las consecuencias de esta crisis. Mientras tanto, los ministros españoles moderaban su lenguaje y disimulaban el malhumor evidente que la intransigencia marroquí había provocado en la clase política y la opinión pública. No se habló para nada de pesca y sí de emigración clandestina, paso del Estrecho y narcotráfico. La peregrinación marroquí terminó como empezó: discreta y silenciosa.

Es obvio que ambos países tienen interés en que esta crisis pesquera –la enésima, porque la pesca es uno de los “demonios familiares” de las relaciones bilaterales– no contamine las relaciones globales, que son mucho más importantes, tanto en el terreno comercial como en el político. Ambas partes intentan ahora reducir los daños, aunque, eso sí, sin volver a una negociación que tanto en Bruselas como en Madrid se considera muerta y enterrada.

Marruecos atraviesa una crisis económica y social muy aguda, el actual gobierno ha mostrado hasta la saciedad su incompetencia y el rey se debate con una herencia difícil de gestionar donde se mezclan el integrismo ascendente, el conflicto del Sahara, la pertinaz sequía, la amenaza permanente de un poder militar cada vez más invasivo, etc.

La crisis hispano-marroquí llega, pues, en el peor momento, apenas unas semanas antes de que se inicien la negociaciones agrícolas precisamente con el mismo comisario, Franz Fischler, al que acaban de dar un portazo en las narices. Es obvio que el desplante tendrá consecuencias en esta negociación, y es obvio también que a Marruecos le interesa sobremanera conseguir buenas condiciones para las exportaciones de frutas y verduras hacia Europa, que sigue siendo su único mercado.

Aun haciendo de tripas corazón, el Gobierno español no tendrá más remedio que aparcar las diferencias que le separan del vecino del Sur y apoyar, en la medida de lo posible, al joven Mohamed VI. Lo peor que podría sucederle a España en el futuro sería un Marruecos desestabilizado e inseguro.

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