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Alberto Míguez

Haití en llamas

El todavía presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide, alias Titid, ofreció a la población varios días de asueto para que celebrara los Carnavales. Pero los desfiles de máscaras derivaron en manifestaciones de protesta y enfrentamientos con las bandas de delincuentes que el ex clérigo alimenta y promueve, como hicieron en su tiempo “Papa Doc”, el temible Dr. Duvalier y su hijo, “Baby Doc”, hoy exiliado en la Costa Azul francesa.
 
Las cosas no están para farra en Haití y todo indica que este país, el más pobre y desolado de América, se encamina con paso firme hacia una guerra civil generalizada. Hay dos razones para ello: Titid está loco y es un mentiroso, dicen sus oponentes, de forma que no cumplirá ninguna de las promesas hechas a los mediadores internacionales, cuyo plan –nombramiento de un primer ministro que pacte con la oposición civil– aceptó solemnemente de boquilla pero que, están seguros, ni cumplirá ni le importa.
 
Al final, como ha hecho hasta ahora, recurrirá a los chimeres, sus bandas armadas de jóvenes airados, armados y en muchas ocasiones drogados, para atemorizar a sus oponentes. Es lo que ha venido haciendo desde el año 2000, cuando ganó por goleada unas elecciones fraudulentas, el origen de los incidentes actuales.
 
En cuanto a la oposición armada que dirige el comisario, Guy Phillippe, un individuo violento acusado de multitud de crímenes y excesos durante la dictadura del general Raúl Cedrás, pero muy popular entre los policías de a pie, éste ha dejado claro ya que la única solución es que Titid abandone el Palacio presidencial y se exilie si es que quiere salvar la cabeza. El ex salesiano y ex teólogo de la liberación ya proclamó que estaba dispuesto a morir por su país, algo que suelen decir los dictadores cuando están a punto de largarse con la música a otra parte. Pero mientras se decide, no cabe duda de que utilizará hasta el último hombre y la última bala de sus cinco mil policías y a sus chimeres: todos ellos temen las represalias del nuevo poder.
 
El ex clérigo demente está dispuesto a no facilitar la larga marcha de la oposición armada y esto lleva directamente a la guerra civil. Salvo que sectores de la policía –no hay Ejército en Haití porque Titid lo suprimió y bien que le pesa ahora– decidan unirse a los insurgentes, el avance de las columnas rebeldes hacia la capital, Puerto Príncipe, puede durar varias semanas.
 
Si las cosas se complican y las matanzas continúan no puede excluirse que, por enésima vez en los dos últimos siglos, tropas extranjeras desembarquen en Haití para separar a los contendientes pretextando que la vida y los bienes de sus ciudadanos (americanos, dominicanos, franceses) están en peligro. Esta suele la explicación que los marines o los “paras” franceses ofrecen cuando ponen el pié en un país que no es el suyo. Hay ejemplos recientes para dar y tomar.
 
Naturalmente que la guerra y la masacre anunciadas podrían evitarse si Titid hiciera las maletas y se exiliara por segunda o tercera vez en Estados Unidos. Por ahora no está por la labor. Sólo si Estados Unidos, Francia o la OEA lo convencen de que cuanto antes se vaya más rápidamente el país saldrá de este horror que él creó con su fanatismo y locura, podrá evitarse que el conflicto civil se extienda o se enquiste. Al final son los más pobres e indefensos quienes pagarán, como siempre, la factura.

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