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Alberto Míguez

Horas bajas para los dictadores

Libertad Digitalviene hoy llena de buenas noticias, al menos en el terreno internacional. Mientras se anuncia que el Gobierno serbio acaba de aprobar lo que podría ser el primer gran paso para que el tirano Milósevic termine sentándose en el banquillo de los acusados del Tribunal Internacional para los Crímenes en la ex-Yugoslavia, nos enteramos de que otro tirano, éste tropical y caribeño, Fidel Castro, ha sufrido un desvanecimiento o lo que sea, un vahido o un desmayo, lo que demuestra que la mala salud de hierro de que goza debe ser menos de hierro de lo que dicen sus seguidores y menos mala de lo que desean sus enemigos dentro y fuera de la isla.

En ambas noticias hay indicios, solamente indicios, de que tal vez a los dos fulanos les ha tocado o puede tocarles pronto dar cuenta de sus actos: uno ante un tribunal humano y ceñudo, con la señora Dal Ponte (Doña Carla, ¡vaya dama!) de fiscal; y al otro, ante el tribunal que nos juzgará a todos, el de la Divina Providencia. Y aunque Castro seautoabsolvióante la historia y seguramente sólo es responsable ante Dios (como Franco, a quien dice admirar cada día más: los extremeños se unen) el caso es que, a medida que pasa el tiempo, su comparecencia ante el Tribunal Supremo del más allá está, o debería estar, más próxima, salvo que, como dicen algunos con aproximada exactitud, el tirano no es inmortal pero ha demostrado en las últimas décadas que es relativamenteinmorible.

Si Milósevic compareciese ante el Tribunal de La Haya se habría demostrado que esto de oprimir al propio pueblo, asesinar a inocentes, robar en el tesoro público y exterminar a los adversarios, disidentes y heterodoxos es un mal negocio y conviene abstenerse, porque tarde o temprano se termina pagando aunque a veces sea más tarde que temprano. Dirán algunos que eso está muy bien pero se preguntarán inmediatamente si alguien juzgó y condenó a Franco, Salazar, Mussolini, el Dr. Francia, Mobutu o Perón. Razón les sobra para tal pregunta, pero de lo que se trata ahora tal vez no es de juzgar a todos los dictadores –¡ojalá se pudiera!– sino de que los aprendices (Chávez, Obiang, el hijo de Kabila, Fujimori) vayan tomando nota de que uno se la juega con este tipo de conductas.

A uno puede caerle peor o mejor el juez Garzón, puede admirar o rechazar su enfermiza afición por los oropeles y los focos, pero lo que difícilmente se puede discutir es que el "pequeño juez" (como le llaman equivocadamente los periódicos franceses) ha puesto en marcha un mecanismo que ya no podrá frenarse o que raramente olvidarán los tiranos actuales o potenciales: quien la hace, la paga o puede pagarla de modo que más vale abstenerse en caso de duda.

Por supuesto que la aplicación extraterritorial de las leyes locales tiene sus peligros y cada día aparecen con mayor claridad: Rigoberta Menchú le pide a Garzón que impute al general Ríos, las víctimas argentinas intentan que empitone a los generales asesinos de los años de plomo, los bolivianos sugieren que metan en la cárcel a los felones que durante muchos años (¿o fueron muchos siglos?) hicieron de su capa un sayo y se pasaron por el arco del triunfo todos los derechos humanos y divinos...

Ser el juez universal y único del mundo mundial, como dicen los castizos, es una bella ambición aunque resulte un tanto exagerada. Y este país, el nuestro, no puede enchiquerar a todos los canallas que en el mundo han sido y serán. Máxime cuando este problema de la Justicia echa humo y que bastantes sumarios tienen encima de sus mesas nuestros jueces como para que les añadamos los derivados de los crímenes producidos en Cochabamba o Libreville hace dos décadas.

¿Quién juzgará a Castro? Este torbo individuo ha declarado con voz tonante que si Garzón intenta echarle el guante habrá "candela", y que a él no hay quien le ponga unas esposas ni quien se atreva a meterlo en chirona. Ya será menos: y sobre todo, quién le asegura a él que lo que hoy parece imposible no sea mañana una realidad atronadora. ¿Quién le iba a decir a Elena y Nicolás Ceaucescu que terminarían ante un tribunal de ejecución formado por sus propios sayones y filmados en sus últimos momentos?

Pocos regímenes más semejantes que el rumano y el cubano, de modo que si Castro quiere evitar lo que le pasó a su compadre podría utilizar la eutanasia para evitarlo. Pero no lo hará, eso seguro, hasta que llegue la parca con su guadaña en forma de desmayo o de bala perdida. Esta señora a lo mejor está dando los primeros timbrazo, pero en La Habana los sucesores padecen sordera crónica. O, tal vez, no, quién sabe.

Puede suceder también que algún colaborador diligente le aplique el "modelo Indira", consistente en que el "shik" de turno, guardián preferido y dilecto, le dispare a bocajarro por alguna disputa de poca monta. Torres más altas cayeron, criminales más protegidos fueron eliminados por los suyos.

Cada vez que se habla de extraditar a Milósevic a La Haya, la prensa cubana se desmadra y acusa a Estados Unidos de mover los hilos de la conspiración imperialista contra los pueblos. Pero finalmente serán los pueblos quienes juzguen a los tiranos (esto lo escribo porque es lo políticamente correcto aunque sea un tanto utópico) aunque tarden y haya algunos que se escurran.

Tal vez la cuenta atrás comenzó ya.

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