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Alberto Míguez

La ceremonia del adiós

Sin Castro para animar la fiesta y con Aznar de despedida, la XIII Cumbre Iberoamericana que dentro de unas horas se inicia en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) parece abocada a convertirse en un funeral de primera. Por no haber, no se espera siquiera un golpe de Estado a la boliviana.
 
Razones no faltan para tan lúgubre previsión. La Cumbre deberá pronunciarse sobre su futuro y su arquitectura a partir de un borrador escrito por el ex presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso. Es dudoso que el proyecto aporte novedades o convierta este instrumento inerte y retórico en algo vivo y útil.
 
Desde que en 1991 se inició el “sistema de Cumbres” en Guadalajara (México) los resultados de estas reuniones entre mundanas y burocráticas han sido irrelevantes. Se aprobaron proyectos que, por lo general, financió España; pero ese sueño de la “comunidad iberoamericana de naciones”, suerte de Commonwealth en español, ha quedado inédito y así seguirá mientras los 21 países (más España y Portugal) no parezcan dispuestos a sustituir la retórica y las guerras de taifas por la solidaridad y el sentido común. Decía Bolívar que “hacer la América es arar en el mar”. No le faltaba razón y estas Cumbres lo demuestran.
 
Esta será la ocasión para que Aznar se despida de sus amigos, viejos y nuevos. Y para que Lula se erija en el Talleyrand latinoamericano, es decir, en la gran figura diplomática del continente: abróchense los cinturones. Por de pronto, veinticuatro horas después de clausurarse la Cumbre con una Declaración rimbombante e irrelevante, en Brasil se reunirán los principales dirigentes del continente para arbitrar un “eje progresista” formado por Cuba, Argentina, Venezuela, Brasil y Cuba. Dios nos coja confesados. O mejor, Dios salve a América (latina).

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