Sin Castro para animar la fiesta y con Aznar de despedida, la XIII Cumbre Iberoamericana que dentro de unas horas se inicia en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) parece abocada a convertirse en un funeral de primera. Por no haber, no se espera siquiera un golpe de Estado a la boliviana.
Razones no faltan para tan lúgubre previsión. La Cumbre deberá pronunciarse sobre su futuro y su arquitectura a partir de un borrador escrito por el ex presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso. Es dudoso que el proyecto aporte novedades o convierta este instrumento inerte y retórico en algo vivo y útil.
Desde que en 1991 se inició el “sistema de Cumbres” en Guadalajara (México) los resultados de estas reuniones entre mundanas y burocráticas han sido irrelevantes. Se aprobaron proyectos que, por lo general, financió España; pero ese sueño de la “comunidad iberoamericana de naciones”, suerte de Commonwealth en español, ha quedado inédito y así seguirá mientras los 21 países (más España y Portugal) no parezcan dispuestos a sustituir la retórica y las guerras de taifas por la solidaridad y el sentido común. Decía Bolívar que “hacer la América es arar en el mar”. No le faltaba razón y estas Cumbres lo demuestran.