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Alberto Míguez

La pornopolítica que viene

El éxito de público y crítica (más de público que de crítica) logrado por Telemadrid y sus transmisiones de la astracanada política en la Asamblea autonómica puede hacer escuela y émulos. O mucho me equivoco, o pasaremos en los próximos meses de la telebasura a la pornopolítica: es lo que vende y los gestores del excremento audiovisual se preparan en sus diferentes y variopintos terminales para ponerse manos a la obra.

Si antes se trataba de ilustrar a las “marujas” con adulterios, sodomías y exhibiciones indecentes, de ahora en adelante tales contenidos mutarán hacia latrocinios, nepotismos y desfiles de “corrutos” y “despojos” por los platós. Dinio cede el paso a Tamayo, Jesulín a Gil y la Pantoja a Ruth Porta.

No cambiarán fundamentalmente los contenidos, si acaso el escenario: la Asamblea de Madrid podría reconvertirse en parlamento de atrezzo con floripondios de plástico y azafatas macizas; el “Hotel Glam” trasladarse, por ejemplo, a las reuniones municipales y espesas en vivo y en directo. Y los sábados por la noche, gran velada: Modesto Wichinski, peso semipesado, acreditado púgil guerrista, contra el destacado fajador del foro, Antonio Beteta, alias “Perry Mason”.

La claque habitual –¿qué son los diputados y diputadas en la tragicomedia de nuestra democracia sino palmeros y autómatas?– deberá reformarse con modelos y abuelitas, el pueblo soberano. España es un inmenso y ardiente “marujal”.

¿Hay que escandalizarse por la nueva estética que se anuncia cuando la ética que la inspira no cambia ni nadie lo desea? La política, convertida en espectáculo, ¿promoverá el interés de las masas por el bien común, los derechos humanos, las libertades y la vida colectiva? Nada es más seguro.

En España

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