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Alberto Míguez

Niños saharauis en España

Ni el gobierno marroquí ni, lo que es peor, el gobierno socialista, entienden o quieren entender la simpatía que la causa saharaui provoca en la opinión pública española.

Han empezado a llegar a muchos pueblos y ciudades españoles los niños saharauis que desde hace bastantes años pasan los veranos con familias españolas. Durante las próximas semanas estos chicos y chicas podrán descansar, jugar, comer y estudiar entre el cariño de sus “padres” y “hermanos” españoles en lo que constituye una de las operaciones más emocionantes de una cooperación diferente. La diferencia estriba en que nada tiene que ver con ella el gobierno, la secretaría de Estado de Cooperación, Moratinos, Ibarretxe o Carod Rovira. Estos niños llegan a España invitados por cientos de familias españolas en un gesto de generosidad y solidaridad que no tiene parangón en Europa. Este año superarán los cinco mil y, aún así, muchas familias no podrán contar con estos hijos de los “hijos” del Sahara: la demanda ha sido también enorme, emocionante, como son las llegadas y las despedidas.
 
No hay pueblo o villa en España sin un chico o una chica del Sahara Occidental, la pobre y abandonada ex -colonia española, entregada en 1975 a Marruecos y Mauritania en una operación del franquismo crepuscular que todavía hoy debería avergonzarnos. Estos chicos son los mejores representantes de un pueblo castigado al éxodo y el apartheid, encerrado en las soledades de Tinduf y que espera sin desesperar que las Naciones Unidas, la comunidad internacional, Europa, el mundo árabe, el Magreb desunido y fragmentado cumplan con tantas promesas al viento, olvidadas, preteridas o simplemente traicionadas.
 
Ni el gobierno marroquí ni, lo que es peor, el gobierno socialista, entienden o quieren entender la simpatía que la causa saharaui provoca en la opinión pública española. Mohamed VI y sus cortesanos prefieren la explicación simplista de que España y los españoles somos sus enemigos naturales mientras que Francia –la expotencia colonizadora- junto con su presidente, Chirac, son sus protectores y avalistas. Nada hay de eso: nadie odia a los marroquíes en España por el simple hecho de ser marroquíes. Nadie los detesta, discrimina o agravia por haber nacido en el reino cherifiano. Otra cosa bien diferente es el régimen político que sufren los marroquíes -¡y los saharauis!- desde tiempo casi inmemorial. Ese régimen no puede gustarle a nadie que tenga cerebro y corazón porque es uno de los más corruptos, injustos y represivos de Africa, lo que ya es decir.
 
El régimen marroquí cree que por exportar pateras y desesperados los españoles odiamos a Marruecos y a los marroquíes. Nada de eso. Quienes huyen de aquel infierno de pobreza y corrupción no son culpables de nada. Es el gobierno, la clase dirigente o “majzén”, el soberano y sus cortesanos, quienes recogen la antipatía generalizada de este país y este pueblo. Nada hacen por evitarlo; todo, en cambio, para promoverlo.
 
Algunos ilustrados marroquíes utilizan un argumento erróneo para justificar la inquina española: “ustedes, simplemente, no nos conocen, no saben cómo somos ni cuanto nos parecemos”. Es posible. Pero ni este monarca, ni el anterior ni el padre del anterior han hecho el más mínimo esfuerzo para que su país y sus súbditos fuesen conocidos en España. Ni lo han hecho ni lo harán. Prefieren regocijarse con una inquina imaginada porque los españoles no merecemos, al parecer, un esfuerzo de estas características. Francia en cambio, sí. La presencia cultural, artística, social, incluso económica de Marruecos en Francia es considerable y creciente. En España, brilla por su ausencia. Es una batalla que los dirigentes marroquíes dan por perdida. Y así les luce el pelo.
 
¿Es de extrañar que en el momento de la solidaridad y la simpatía muchísimos españoles apoyen a los saharauis?. ¿Es de extrañar que una inmensa mayoría de los votantes del partido socialista y de las diversas izquierdas lamenten la política maniquea, retórica y cobardona de Zapatero y Moratinos en el tema del Sahara? La presencia de los niños saharauis este verano, una vez más, en nuestros pueblos y entre nuestras familias es apenas una demostración de que con sentido común, generosidad y ciertas astucia los pueblos se olvidan de sus prejuicios y entablan un diálogo justo y mutuamente provechoso. Pero eso, al parecer, no lo entiende el gobierno español que prefiere curar su mala conciencia enviando ayuda –bastante generosa, por cierto- a los desterrados de Tinduf. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

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