¿Por cuál de los inexpresivos, acartonados, obvios y bostezantes candidatos a la presidencia del imperio votará –o votaría- don José María Aznar, tantas veces reclamado por la Casa Blanca para que medie en los rifirrafes planetarios o aconseje al atolondrado Clinton como titula de vez en cuando ABC?
Difícil resulta responder a tal cuestión entre otras razones porque, al menos que se sepa, el presidente del gobierno español no tiene derecho a voto en los USA pese a su política exterior leal hasta la exageración con la inspirada por el Departamento de Estado.
Aznar no se trata con Bush, no conoce al papá del candidato ni a su hermano. Por no conocer no conoce ni siquiera ¡a su sobrino!, George, la estrella hispánica ascendente de la dinastía.
En cambio, sí se trata con Gore tras haberlo recibido y agasajado en La Moncloa, haberle cedido el Patio de Columnas del Palacio de Santa Cruz para que celebrara algo muy parecido a un acto electoral con parejas mixtas (españoles y gringas: un solo combate) en un espectáculo parecidísimo a los shows televisivos de los predicadores baptistas. Aznar le juró a Gore en aquella ocasión amor eterno y fidelidad sin límite.
Algunos en el partido republicano recuerdan aquellas efusiones porque tienen, como es natural, una memoria de elefante. Pero tranquilos, aunque ganase el hijo de los Bush, nadie iba a cobrarle al presidente Aznar aquella deuda.
España es un aliado seguro, una provincia sometida, sin veleidades autonomistas ni rebeldías infantiles: un gran portaviones entre el Atlántico y el Mediterráneo, un puerto seguro para ingenios nucleares.
Gane quien gane deberá tener en cuenta estas obviedades. En cuanto al voto de Aznar... ya se sabe que el sufragio es secreto y siempre le quedaría la posibilidad de abstenerse, como la mitad de los votantes potenciales. Pero, naturalmente, el querido Al (Gore) sigue siendo un amigo. Y, como dicen en Francia “les amis d’abord”, los amigos primero, no faltaría más.
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