A muchos políticos europeos –y los españoles no son excepción– la idea de una “alianza estratégica” entre la UE y Latinoamérica les priva y emociona. Claro que previamente convendría que explicaran a un lado y otro del Atlántico en qué consistirá esa alianza y a quién beneficiará. Los latinoamericanos en primer lugar y los europeos después, les quedarían muy agradecidos. Es obvio que meter en un mismo saco a Honduras, Chile y México, Paraguay, Belice y Ecuador como si fueran partes de un todo armónico, además de un mayúsculo disparate no sirve para establecer ese diálogo trasatlántico en que sueñan nuestros próceres desde hace siglos. Europa y Latinoamérica (pueden decir Iberoamérica, si les place, aunque a los latinoamericanos no les guste) tienen algunas cosas en común: la religión cristiana, por ejemplo, las costumbres, el modelo económico más o menos liberal-capitalista... Pero difieren en otras muchas: nivel de desarrollo económico y social, interpretación de la democracia, visión exterior e interior...
Estos días en Madrid se puede ver hasta qué punto el intercambio deseado entre europeos y latinoamericanos resulta un tanto desequilibrado y, salvo en honrosas excepciones (pienso en Chile y México, sobre todo en Chile) inviable. Para el primer ministro danés o el ministro de Exteriores de Irlanda, dialogar con individuos como Chávez, Fidel Castro o Duhalde parece un ejercicio extravagante. ¿Y qué decir del resto de líderes caribeños o centroamericanos que también han participado en la Cumbre UE-Latinoamérica? El símil de mezclar churras con merinas se adapta perfectamente a este batiburrillo.
Mucho me temo que los resultados de esta “alianza estratégica” o del diálogo trasatlántico sean más retóricos que reales y puedan resumirse en una simple nota de prensa como adelantaba el Comisario de Asuntos Exteriores, Chris Patten hace días... En cuanto a que España puede ser el “puente”, intermediario o amigable componedor entre europeos y latinoamericanos, menos lobos.
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