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Alberto Míguez

Quien quiera peces...

El gesto del rey Mohamed VI permitiendo que algunos pesqueros del norte de España faenen en los caladeros marroquíes sin contraprestación económica ni licencia es, sin duda, muy de agradecer, máxime cuando desde hace más de un año el régimen marroquí concentró principalmente su atención en darle patadas simbólicas en las espinillas a cuanto español, marinero o no, se cruzase en su camino. Conviene, sin embargo, matizar gesto tan amable antes de que los heraldos del Gobierno se lancen a cantar las glorias del monarca y reproduzcan, como es habitual, la ceremonia de la confusión y la sumisión, algo a lo que están acostumbrados cuando olfatean a menos de un kilómetro cualquier testa ilustre, coronada o no.

Afortunadamente, la industria pesquera española se había acostumbrado a vivir sin los caladeros marroquíes desde hace tres años, lo que había permitido desardinizar las relaciones bilaterales, condicionadas desde hace muchos años por el contencioso pesquero, fácil instrumento de los sucesivos reyes marroquíes para chantajear a los gobierno españoles de la dictadura o de la democracia. A trancas y barrancas, la ruptura del acuerdo pesquero con Marruecos –promovido e impuesto por el gobierno cherifiano a la UE, conviene no olvidarlo en este trance– permitió que España se sacara de encima ese peso de escasa intensidad económica pero que socialmente afectaba a varios miles de pescadores, sobre todo a la pesca tradicional del sur de España.

Ni los pescadores de Andalucía ni el grueso de los pesqueros gallegos van a beneficiarse con el generoso gesto del rey marroquí, más simbólico que otra cosa. Los cuatro arrastreros que faenaban hace tres años en el banco sahariano y los 25 cerqueros que circulaban por las mismas latitudes representan un valor añadido irrelevante y, desde luego, para nada paliarán el drama que la inmensa mayoría de los marineros de la península de Morrazo o de la Costa de la Muerte está sufriendo a causa del “Prestige”.

Si la oferta de Mohamed VI es lo que parece, es decir, un amable y generoso gesto dirigido a los damnificados gallegos, bienvenida sea. Si representa una señal inequívoca de la voluntad marroquí por cambiar su política hacia España y acabar de una vez con las provocaciones y pullas que caracterizaron los últimos años, miel sobre hojuelas. Pero si es apenas una taimada añagaza para recuperar el “factor pesquero” como instrumento de negociación y cambalache con España –algo que en modo alguno puede descartarse dados los antecedentes– convendría que el ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, cuya actuación en la tragedia gallega fue manifiestamente mejorable y en cualquier país europeo hubiera acabado con su destitución automática, moderara sus entusiasmos y los dedicara a ocuparse de lo que realmente importa: la suerte incierta de los miles y miles de marineros gallegos condenados al paro por la tragedia del petrolero hundido frente a las costas del Noroeste.

En España

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