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Alberto Míguez

Tres años de frustración

Que el rey de Marruecos evoque en cualquier ocasión el contencioso territorial con España (léase Ceuta, Melilla, las Chafarinas, Vélez y Alhucemas) forma parte de esa tontería sonora conocida como “la tradicional amistad hispano-marroquí” que tanto encandilaba a Josep Piqué y ahora emociona a su sucesora, Ana Palacio, Ana del Palacio, Ana de Palacio o como leñes se llame, porque tampoco está nada claro y convendría ir aclarándolo.

Resulta menos previsible y más preocupante, en cambio, que el “joven monarca” Mohamed VI aproveche el tercer aniversario de su glorioso reinado para evocar con tanto ahínco como rudeza la “descolonización” de las dos ciudades y los tres enclaves españoles. Entre otras razones porque el reino cherifiano ni siquiera se ha tomado la molestia de plantear ante Naciones Unidas que sus reivindicaciones se inscriban en la lista de territorios a “descolonizar” de los que se encarga el llamado Comité de los 24. Gibraltar, por ejemplo, figura desde tiempo inmemorial en la dichosa lista, aunque, a decir verdad, para nada le ha servido a España y los británicos siguen haciendo mangas y capirotes con las resoluciones de la ONU o utilizándolas para menesteres higiénicos.

Pero después de la “guerra de Perejil” Mohamed VI le debía a su querido pueblo” (así empiezan los monarcas de la dinastía alauita sus discursos emulando a Nerón) una explicación y ha llegado según los cánones más estrictos, previo calentamiento con una protesta diplomática, en buena y debida forma, por la presencia de un buque español en las aguas españolas del español peñón de Alhucemas. Es obvio que tras este disparo de aviso vendrán otras salvas y mucho más obvio todavía que la ridícula ocupación de Perejil por un grupo de gendarmes con bandera y tienda de campaña era ni más ni menos que un tiento o exploración al gobierno español con vistas a otras aventuras más audaces.

Convendría que tanto la ministra Palacio como el propio presidente del Gobierno fueran enterándose en vez de jalear los grandes avances promovidos por el monarca marroquí en estos tres años de glorioso reinado.

Porque precisamente eso, avances en el terreno de las libertades y del respeto a los derechos humanos, es lo que no hubo en Marruecos estos tres años, pese a las expectativas despertadas por quien fue llamado al principio, bendita ilusión, “el rey de los pobres”. Esa frustración la reflejan hasta la saciedad los disidentes políticos que se atreven a elevar la voz, que son pocos y a estas alturas están un tanto afónicos o simplemente están en la cárcel.

Estos tres años de reinado han sido, mal que le pese a la ministra Palacio y a sus complacientes apuntadores, un compendio de desastres y frustraciones para el pueblo marroquí que hasta añora los “años de plomo” de Hassan II. Nunca la situación económica y social había sido más catastrófica y nunca los avances en el terreno de las libertades parecieron menores. Sugerir lo contrario, sobre todo si se hace desde el Congreso de los Diputados de España, es una solemne muestra de ignorancia y una irresponsabilidad. Los demócratas marroquíes se merecen otra cosa que esa justificación por procuración de la tiranía.

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