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Alberto Míguez

Un callejón sin salida

Todo el mundo está harto pero todo el mundo sabe también que la solución está en manos de Mohamed VI y sus consejeros

Cada vez que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se ocupa del contencioso del Sahara Occidental se levantan voces asegurando que "esta vez sí" hay posibilidades de derivar un acuerdo político entre saharauis y marroquíes que permita concluir el siempre pendiente proceso de descolonización.
 
Pero esta ilusión suele ser breve y mínima. Lo que el Consejo ofrece suele ser "más de lo mismo" es decir, reivindica la aplicación del Plan de Paz (Plan Baker) e insta a las partes para que hagan esfuerzos y encuentren esa solución política que finalmente no se sabe muy bien ni donde está ni en qué consiste.
 
A fuerza de marear la perdiz, los países interesados, las dos partes, los observadores internacionales, los periodistas, diplomáticos, académicos, militares y cuantos siguen este conflicto desde hace años no saben, no sabemos a qué carta quedarnos ni qué se pretende exactamente con la reiterada resolución de aplicar el Plan de Paz una vez más recientemente aprobada con una amplia y un tanto sospechosa abstención de los países occidental, España entre ellos.
 
Las cosas deberían sin embargo estar relativamente claras. Hay un Plan de Paz cuya aplicación exige implementar el proceso de autodeterminación. Este Plan de paz prevé cinco años de una amplia autonomía para el territorio tras los cuales la población deberá pronunciarse mediante referéndum sobre si desea la independencia o adherirse al reino de Marruecos. El Polisario aceptó este proyecto, Marruecos, por el contrario, lo ha rechazado. Y hasta ahí hemos llegado.
 
Argelia rehusó con toda razón en el pasado ser considerada parte en el proceso, España en lo que alguien llamó su "nueva política marroquí" (¿nueva en qué?) anunció a bombo y platillo que tenía en la recámara un plan infalible para resolver el conflicto pero como se trataba de un simple farol zapateril o moratiniano, quedó en agua de borrajas.
 
Cada quince o veinte días Francia anuncia que prepara una solución política que contará con el apoyo de todos los países occidentales y Estados Unidos.
Al final, seguimos en un callejón sin salida pero nadie, Paris menos que nadie, se atreve a reconocerlo. Y, sin embargo, las cosas son relativamente sencillas: sólo si Marruecos acepta el Plan del Consejo de Seguridad y lo aplica, puede seriamente hablarse de solución, salida o compromiso. Por mucha imaginación, aspavientos y retórica que la diplomacia francesa –y la española, por simple seguidismo y sumisión– le eche a este conflicto nada habrá que hacer. Los saharauis están hartos, los argelinos, están igualmente hartos, Naciones Unidas está harta. Todo el mundo está harto pero todo el mundo sabe también que la solución está en manos de Mohamed VI y sus consejeros. Nada indica que tengan verdadera voluntad de trabajar en serio para acercar posiciones, dialogar directamente con el Polisario, y finalmente permitir que el pueblo saharaui ejerza su derecho a la autodeterminación con treinta años de retraso.
Estamos como estábamos. O, tal vez, peor que estábamos.

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