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Alberto Recarte

Asia: Dictaduras y democracias

Los derechos de los inversores se aseguran, no sobre la base del Estado de Derecho y la aplicación de sentencias de órganos judiciales independientes, sino sobre el poder omnímodo de la burocracia china.

1) La influencia de China
 
El ejemplo de China, que año tras año repite cifras de crecimiento superiores al 8 %, se deja sentir en todo el sudeste asiático. Y, quizá, el gran éxito de China ha sido atraer alrededor de 60.000 millones de dólares anuales, durante un largo periodo de tiempo, en concepto de inversiones directas. Esas cifras explican buena parte del crecimiento chino. ¿Cómo un país, todavía con el partido comunista como único permitido, despótico y arbitrario, ha sido capaz de convencer a esa enorme masa de inversores? La respuesta es que el gobierno chino garantiza la seguridad de las inversiones, además de mano de obra disciplinada, en grandes cantidades, con distintos grados de formación, con bajos salarios. Los derechos de los inversores –con muchas excepciones– se aseguran, no sobre la base del Estado de Derecho y la aplicación de sentencias de órganos judiciales independientes, sino sobre el poder omnímodo de la burocracia china, las decisiones políticas del partido comunista y la falta de respeto a los derechos de sus ciudadanos y esa seguridad ha sido suficiente para esos inversores, por más que el largo plazo sea complicado y que la situación de los grandes inversores sea más segura que la de los pequeños, porque el partido comunista chino sólo respeta, en la mejor de las tradiciones totalitarias, el poder.
 
2) Las reformas chinas
 
Tampoco debe obviarse que en todos estos años de inversiones extranjeras directas, concentradas en zonas especiales –básicamente las provincias costeras– se ha permitido, y animado, a la población china a participar en muchos de esos proyectos, y que se ha reconocido un sistema de propiedad privada, empezando por la agricultura, –aunque todos esos derechos siempre están sujetos a los cambios de humor de los dirigentes– y que se ha permitido, también, la competencia en sectores significativos de la economía. El último movimiento político importante fue aceptar como miembros destacados, o simpatizantes, del partido comunista chino a los empresarios de mayor éxito – léase poder económico– en las distintas provincias chinas. El crecimiento chino se basa, también, en un cierto respeto por la libertad económica y comercial –con límites políticos y siempre sometidos a la discrecionalidad–, y en el mantenimiento de bajos tipos de interés y de una moneda infravalorada, ligada a un tipo de cambio fijo con el dólar americano desde hace mucho tiempo. En ese proceso se ha creado una clase media, de quizá cincuenta o cien millones de personas –junto con un significativo grupo de millonarios y billonarios– que ahorran e invierten, con cierta libertad, en cualquier actividad; además, por supuesto, de consumir. En esto China no se parece a Japón, pero este es un tema que merece la pena tratar con mayor extensión en otra ocasión. Es posible que, en conjunto, alrededor de cuatrocientos millones de chinos vivan en una economía de mercado “especial”; con todas las cautelas a las que se ha hecho referencia.
 
3) La influencia china y el caso indonesio
El éxito de China ha representado para los países del sudeste asiático, por una parte, un ejemplo de que un crecimiento muy alto y continuado es posible; por otra, una ayuda, pues el crecimiento chino les ha arrastrado a todos y, finalmente, ha sido y cada vez lo es más, una competencia –hasta ahora difícil de superar– tanto en los precios de los bienes y servicios que produce como en lo que se refiere a la atracción de inversiones directas del exterior. Un ejemplo llamativo, por su extensión y población, de un país que ha desaprovechado estos años, es Indonesia; el cuarto país más poblado del mundo, con doscientos veinte millones de habitantes, que sufrió enormemente la crisis asiática financiera de 1997, que provocó la salida de Suharto y, posteriormente, permitió la democratización del país, la elección indirecta de dos presidentes (Guus Dur y Megawati Sukarnoputri) y, ahora, la elección directa de un tercer presidente, Susilo Yudhoyono. En estos años, la economía indonesia se ha estabilizado –tras la terrible crisis de 1998/99–, las cuentas públicas se han equilibrado y se mantiene el crecimiento en torno al 4%; un tipo insuficiente para absorber el desempleo, oficialmente del 9%, pero con un subempleo amplísimo, que aqueja al país y que será imposible reducir, a menos que las inversiones totales pasen de suponer el 20% del PIB actual al 28% del PIB; lo grave de esta situación es que lo que ha dejado de hacerse en estos años turbulentos son infraestructuras, imprescindibles para poder seguir creciendo.
 
4) Las reformas en Indonesia
 
La destrucción provocada por el terremoto y el posterior tsunami del 26 de diciembre pasado, en particular en el norte de Sumatra, ha actuado como catalizador de un deseo de cambio que ya estaba presente en la sociedad indonesia, tras casi siete años de transición democrática; transición a la democracia que ha supuesto el respeto a los derechos humanos pero, también, la aparición oficial del islamismo, en sus versiones moderadas y radicales, las tendencias políticas centrífugas –inevitables en un país compuesto por dieciocho mil islas–, un exceso, sin duda, de descentralización administrativa y política y la falta de una separación clara entre las competencias del estado, las provincias y los municipios –un problema que nos resulta familiar a los españoles. Problemas a los que se añaden las tradiciones políticas y sociales, que obligan al consenso, o a la unanimidad, en muchos de los casos en que se produce un conflicto económico, privado o público, habitual en todos los países y que en los democráticos se resuelven aplicando códigos y sentencias. Durante muchos años, en particular durante la época de Suharto, los conflictos sociales y políticos se resolvían autoritariamente. Durante éstos años, simplemente, no se han resuelto.
 
Por otra parte, durante la mayor parte de la dictadura de Suharto, el desarrollo se fundamentaba en la exportación de petróleo y gas, –ahora en retroceso por las necesidades del consumo interno y la ausencia de nuevos descubrimientos– en un ahorro público limitado y en una limitada capacidad de endeudamiento, público y privado. Pero, a partir de comienzos de los noventa ese panorama se transforma para todo el sudeste asiático, pues los inversores internacionales llegan a la conclusión de que el modelo asiático de capitalismo es indestructible y los bancos internacionales deciden que se les puede financiar, a corto plazo, sin garantías y sin límites. El exceso de liquidez internacional en esos años explica mucho de ese fenómeno. Lo que ocurre en realidad es que la corrupción y el intervencionismo acaban con el supuesto modelo asiático de capitalismo. En concreto, la corrupción en el sistema financiero, concretada en la financiación, sin garantías, de los negocios de las familias y las empresas de los dueños de los bancos y familiares de los políticos en el poder. Los excesos produjeron una crisis de confianza internacional, que se concretó en la crisis asiática de 1997 y, en el caso de Indonesia, terminó con un modelo de desarrollo y con el régimen político del general Suharto.
 
5) La necesidad de inversiones extranjeras
 
El ejemplo de China es determinante para países como Indonesia. El desarrollo económico, hoy, no es concebible sin inversiones directas extranjeras. No es posible pensar en una financiación bancaria externa masiva, ni en los recursos de las instituciones financieras nacionales, todavía con problemas de solvencia y liquidez. De hecho, el mayor problema que arrastra la economía china, que comparte con el resto del sudeste asiático, es la debilidad de su sistema financiero; China, concretamente, ha utilizado sus bancos públicos para mantener vivas a la mayoría de sus empresas estatales, ineficientes y corruptas, hasta tal punto que cerca del 30% de los activos del sistema financiero chino no tienen ningún valor (son, en la jerga económica, “non performing loans”).
 
¿Cómo dar seguridad jurídica –la primera de las exigencias de un inversor extranjero– a las inversiones? Las autoridades chinas han puesto a disposición de los inversores el poder ilimitado del partido comunista, ahora nacionalista y corporativista; y a las multinacionales y a los chinos residentes en el exterior les ha parecido suficiente. Y a los nacionales chinos también pues, sobre todo para ellos, el cambio del comunismo a la corrupción corporativista, ha significado una mejora del nivel de vida y de sus expectativas.
 
Pero la respuesta en el caso de los países democráticos de la zona, como Indonesia, no puede ser, evidentemente, de ese tenor. En un estado democrático, los inversores, nacionales y extranjeros, necesitan que funcione el estado de derecho –con todas las limitaciones y peculiaridades que se quiera– y que, en concreto, los derechos de propiedad estén perfectamente definidos y reconocidos por la Constitución y las leyes y que los eventuales conflictos sean resueltos por una autoridad judicial, quizá no totalmente independiente, pero sí predecible. Paradójicamente, a pesar de lo que acabo de afirmar, uno de los mayores problemas para que puedan construirse las infraestructuras indispensables para el desarrollo de Indonesia, por poner un ejemplo real que afecta gravemente a sus posibilidades de crecimiento, es una definición clara de los derechos y las limitaciones de los propietarios del suelo. Un problema complicado, pues las tradiciones nacionales hacen difícil tanto la aprobación de una ley que permita la expropiación para atender necesidades nacionales perentorias, como puede ser la construcción de una carretera, un puente o un puerto, –incluso con todas las compensaciones económicas que se quieran–, como la aplicación de esas leyes o de las sentencias que se hayan producido. Se trata de conflictos que sólo puede resolver un gobierno fuerte, con una mayoría parlamentaria sólida y decidido a hacer aprobar, democráticamente, un conjunto de leyes que sean suficientes para los inversores extranjeros, aunque internamente signifiquen una ruptura con la tradición. Ruptura que han hecho, hasta ahora, los regímenes dictatoriales, como el chino; pero ruptura que resulta infinitamente más complicada cuando se tiene que hacer por un gobierno democrático.
 
6) Conclusión
 
En estos momentos, y aunque sea difícil de creer, el problema para Indonesia no es si es posible obtener los 80.000 millones de dólares de inversión directa que ha planteado para financiar proyectos imprescindibles en infraestructuras y para el suministro de servicios esenciales, como electricidad y agua,  para los próximos cinco años, sino como modificar sus leyes y costumbres, para dar la suficiente seguridad jurídica a todos los potenciales inversores, extranjeros y nacionales. Si lo logra, como lo han hecho países tan diferentes como Corea del Sur y Malasia, podrá crecer al 7%, como necesita, y contará con bases más firmes que la propia China para enfrentarse a la omnipresente globalización. Si no lo hace, se ampliará la fase de transición, dando alas a los fundamentalistas islámicos, que señalarán cómo un sistema democrático, al modo occidental, no puede resolver la pobreza y las aspiraciones de una parte sustancial de la población.

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