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Alberto Recarte

Cerca de China

Durante los años noventa, Japón se convirtió en la obsesión de los responsables económicos norteamericanos. Su tipo de cambio, artificialmente bajo, y el apoyo crediticio sin límite a sus empresas nacionales produjeron un enorme boquete en la balanza de pagos norteamericana; hasta que su sistema financiero fue incapaz de aguantar el esfuerzo y terminó por quebrar. La preocupación del siglo XXI es China, que también utiliza el tipo de cambio del yuan para ganar –adicionalmente– competitividad, al tiempo que financia, también ilimitadamente, a sus empresas públicas, lo que ha vuelto a provocar un enorme déficit en la balanza comercial de Estados Unidos y del resto de los países desarrollados, incluida España.
 
Pero China no es Japón: los artífices de la transformación industrial son los inversores extranjeros, principalmente norteamericanos, que disfrutan de la disciplina y bajos salarios que impone el gobierno comunista, lo que les permite producir a precios imbatibles y en cantidades masivas lo que exportan a todo el mundo. Sin embargo, China, al contrario que Japón en su momento, aumenta simultáneamente sus compras al exterior, en particular materias primas –que han aumentado sustancialmente de precio en los últimos meses–, empezando por el petróleo. De entre los países desarrollados, y durante los próximos diez años al menos, España resultará especialmente afectada por la expansión china, porque nuestras empresas compiten con las suyas en precios y suelen carecer de marcas y prestigio tecnológico. La presión se mantendrá hasta que el consumo interno chino crezca lo suficiente para absorber una parte significativa de lo que producen sus empresas. Mientras, los próximos años se materializará –tras la catástrofe que significó el maoismo– el temor de nuestros abuelos a la presencia china a principios del siglo XX, lo que se denominó entonces le peril jaune, el peligro amarillo.
 

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