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Alejandro A. Tagliavini

Aquí no se trabaja

No es un paraíso vacacional, simplemente sucede que el desempleo urbano en América latina y el Caribe afectó el año pasado a 17 millones de personas, una tasa del 9,2%, la más alta de los últimos 22 años, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

La OIT señala que el desempleo, entre septiembre de 2001 y de 2002, se incrementó en la Argentina del 16,4% al 21,5%; en Brasil del 6,2% al 7,3%; en Costa Rica del 6,1% al 6,8%; en México del 2,4% al 2,8%; en Perú del 9,4% al 9,7%; en Uruguay del 15,4% al 16,5% y en Venezuela del 13,9% al 15,5%. En cambio, en Ecuador, después de la dolarización de la economía, se redujo en 2,1%; en Colombia en 0,6%; en El Salvador en 0,8%; en Panamá en 0,5% y en Chile en 0,2%.

Por otra parte, la productividad media latinoamericana cayó en 1,7% y el poder adquisitivo de los salarios mínimos registró una caída del 0,9%, la primera cifra negativa desde 1996. Al menos 93 millones de personas de América Latina y el Caribe no cuentan con un "trabajo decente", concepto que suma la cantidad de desempleados, más los que realizan trabajos de baja calidad y los que no gozan de protección social. Cerca del 47% de la población activa trabaja en el sector informal y dos tercios carecen de prestaciones de salud o pensiones, lo que muestra un deterioro de la protección social.

Ahora, según datos oficiales del gobierno argentino, la desocupación alcanzaba al 12,8% entre los hogares no pobres pero trepaba al 37,5% entre los pobres. Milton Friedman, refiriéndose a las leyes laborales, mantiene que "estos proyectos se defienden como un medio para ayudar a las personas con ingresos bajos. De hecho perjudican a estos sectores de la población".

La falta de trabajo no se debe a que la tecnología desplaza a la mano de obra. La reemplaza en los trabajos más mecánicos y que exigen un mayor esfuerzo físico y una menor labor intelectual. Pero, por el contrario, los avances técnicos potencian el rendimiento del capital que es el que produce empleo. Así, hoy la gran mayoría de las personas trabajan en actividades que son posibles debido al desarrollo científico: fábricas de automóviles, empresas de telefonía, de transporte aéreo y tantas otras. Estados Unidos, el país tecnológicamente más avanzado, históricamente ha tenido baja desocupación.

La pregunta es por qué si el desarrollo tecnológico es similar en Europa, el viejo continente sí tiene un grave problema de desocupación. No es una cuestión de cultura empresarial, ya que las empresas prácticamente son las mismas, ni una cuestión de potencialidad económica o capacidad de consumo, ya que en todo ello la Unión Europea se parece a Estados Unidos.

La diferencia es que mientras en Europa existe, al igual que en nuestra sufrida América Latina, una asfixiante e inflexible legislación laboral, en Estados Unidos el avance social es mayormente consecuencia del desarrollo natural del mercado. Cuando las exigencias coactivas del Estado son mayores a las que el mercado puede absorber, los empresarios sencillamente no emplean personal adicional.

El gran economista francés Jacques Rueff encontró, durante un período con 20,9% de desempleo en Inglaterra, que cuando mayor es el coeficiente entre salarios y precios (es decir, más altos son los salarios), menor es la demanda de mano de obra y, en consecuencia, mayor la desocupación. Esa curva muestra que si el Estado permite que bajen los salarios, la desocupación desaparece.

Lo que interesa es cómo mejorar el nivel de los salarios sin provocar desocupación. Se logra sin intervención gubernamental y con la capitalización del mercado, ya que esto último tiende a absorber mano de obra, presionando los salarios hacia arriba, a la vez que aumenta la productividad, presionando los precios hacia abajo.

Alejandro A. Tagliavini es miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas).

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