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Alfonso García Nuño

Discurso sin discurso de un Papa

Tras la tenue broma inicial, con que se nos acercó rápidamente, estableció con todos un triángulo: él, nosotros y, sobre todo, Dios.

Tras la tenue broma inicial, con que se nos acercó rápidamente, estableció con todos un triángulo: él, nosotros y, sobre todo, Dios.

Una fotografía de Juan XXIII saludando al pueblo de Roma y bendiciendo a la urbe y al orbe (urbi et orbi) una vez elegido Papa y la misma escena, en directo por un dispositivo móvil, protagonizada por el Papa Francisco pudiera tal vez hacernos pensar que estamos ante dos épocas totalmente distintas y, sin embargo, forman parte de un mismo hoy histórico. Tal vez no sean sino sus dos momentos extremos, el que viene del ayer y abre el presente y el que desde ese mismo ahora empieza a saludar el mañana.

Ya hace tiempo sin tiara, hoy el obispo de Roma, el Papa, sencillamente en blanco en que descansaba una sencilla cruz y sobre el que reposó únicamente la estola en el momento de la bendición, salió a mostrarse a todos con una desnudez que ha ido creciendo de pontificado en pontificado. Sus palabras hicieron primero referencia al camino seguido para la elección del obispo de Roma, "mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo", han ido por primera vez a unas tierras más allá de los entornos de la cuenca del Mediterráneo, han ido plus ultra.

Que así es como habrá de bogar él constantemente, en la permanente evangelización de dos milenios y, a la par, evangelización nueva para el momento en que nos toca vivir. Mas una singladura eclesial, "este camino obispo-pueblo, el camino de la Iglesia, aquélla que preside en la caridad a todas las iglesias".

Inmediatamente nos dimos también cuenta de que, más que hablarnos únicamente, quería que habláramos, ¿él con nosotros y nosotros con él? Tras la tenue broma inicial, con que se nos acercó rápidamente, estableció con todos un triángulo: él, nosotros y, sobre todo, Dios. Nos pidió, a todos y a su nueva diócesis de Roma, agradecido por la acogida, que pidiéramos por el emérito obispo de Roma, Benedicto XVI; la cruz que, en el retiro de la oración, le toca llevar precisa vivamente de la comunión eclesial.

Y también nos rogó que por él rogáramos. Aprender a orar es un camino de mendicidad. Ora quien sabe que lo que más necesita no depende ni de él ni de nadie, solamente de la bondad de Dios. Pero aún ora con más intensidad quien además pide que por él pidan, pues en su humildad sabe que su pobreza también abarca su capacidad para pedir.

Y ese orar con otros por otro, por Benedicto XVI, y pedir que oren por él mismo, y todos unos por otros es comunión en ejercicio y para poder crecer como don en la comunión de una Iglesia que quiere acoger en fraternal abrazo a todos los hombres, a la que no le es ajena nada humano:

Recemos siempre por nosotros los unos por los otros. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran hermandad.

Y el abrazo es de evangelización. El tramo del camino que ahora empieza, Francisco lo desea "fructuoso para la evangelización y para esta hermosa ciudad". Parece, en el constante resonar de su ser obispo y de su nueva diócesis, como si se viera demandado a ser un buen Papa siendo un buen obispo de Roma, a que su diócesis, por él pastoreada, sea el espejo donde se mire esa permanente y única evangelización que ahora, otra vez más como en tantos momentos a lo largo de la historia, ha de ser una evangelización nueva, pues nuevas no solamente son las sociedades y culturas, sino nuevo es cada hombre que nace, cada uno que aún no ha oído el primer anuncio del Evangelio.

Un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria. ¿Qué mejor manera de hablar de Dios, de confesarlo y anunciarlo, que empezar con los creyentes y ante todo el mundo hablando a Dios y a su Madre?

Y nos bendijo.

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