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Alicia Delibes

Alternativa lúdica al botellón

Cuando la lógica alternativa al botellón debería ser el deporte y el estudio, las únicas propuestas que están saliendo de las filas del progresismo más ortodoxo hacen referencia a todo tipo de alternativas lúdicas. No sé si dentro de esas alternativas estaba la organización de conciertos y macrofiestas del estilo de ésta de Málaga, en la que el alcohol y las drogas han corrido de forma totalmente incontrolada y que ha tenido tan trágico final.

De la responsabilidad de lo sucedido no creo que se libre nadie. La organización, pésima; el control, inexistente; los padres, como siempre, a por uvas; y los jóvenes que asistieron, consumidores descontrolados de todo lo que creen que puede divertirles.

Pero es que, si me apuras, todos nosotros, en mayor o menor medida, somos responsables de lo que ha sucedido en Málaga porque seguimos sin querernos enterar de que la educación que estamos dando a nuestros niños y jóvenes, tanto dentro de la familia como en los colegios, no puede conducir a nada bueno.

Cuando hace 20 años los progres de entonces trajimos esta camada al mundo, decidimos que la infancia feliz, que nosotros no pudimos tener debido a la intransigencia de nuestros padres, de nuestros maestros, de nuestros políticos y de la sociedad en general, la tendrían nuestros hijos. Construimos para ellos un entorno paradisíaco donde el niño era el rey y su voluntad, la única norma y la única ley. Todos, padres, profesores, psicólogos, pedagogos, comerciantes y hasta responsables políticos, parecían haberse puesto de acuerdo en hacer que el niño español fuera el más feliz del mundo, ¿quién no dijo alguna vez, cuando alguien pretendía regañar a uno de estos pequeños tiranos familiares, “déjale que haga lo que quiera, tiempo tendrá de sufrir”?.

Es difícil saber cómo hay que comportarse para lograr que lo que más queremos en este mundo, nuestros hijos, consigan convertirse en hombres y mujeres felices. Pero no es tan difícil saber qué es lo que no hay que hacer. No es tan difícil saber que no se puede permitir que un niño haga de la noche a la mañana su santa voluntad. No es tan difícil darse cuenta de que al evitarles todas las incomodidades hacemos de ellos seres blandos y débiles incapaces de hacer frente a la menor contrariedad. No creo que sea tan difícil comprender que para hacer de ellos adultos responsables es preciso acostumbrarles desde niños a rendir cuentas de sus actos.

Esa juventud que con tanto “esmero” hemos formado la constituyen chicos y chicas, en su mayoría “majetes”, con la voluntad totalmente virgen, con una inconsciencia patológica, de un infantilismo sorprendente, con un desprecio absoluto hacia el saber y la cultura y con un analfabetismo del que se enorgullecen. Carne de cañón para los desaprensivos vendedores de alcohol, drogas y otros estimulantes que les permitan prolongar ese paraíso infantil que el paso del tiempo les ha arrebatado. Pero esa, que es nuestra mayor responsabilidad, no puede eximir a los jóvenes de la suya. Tienen la vida por delante y si no fuimos nosotros capaces de hacerles responsables de su propia educación deben ellos darse cuenta que ha llegado el momento de tomar las riendas y hacerse protagonistas de su propia biografía.

Esta tragedia de Málaga, que ha acabado con la vida de dos buenos chicos y arruinado la de sus padres, debería servir para que los políticos dejen ya de una vez de hacer demagogia con la juventud, para que los padres se enteren de que la droga forma parte de la diversión cotidiana de sus hijos y para que los adolescentes y jóvenes, tan seguros de que “controlan” lo que hacen, se den cuenta de que la vida no es una broma ni una fiesta perpetua.

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