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Alicia Delibes

Cómo se fabrica una mentira

El pasado 9 de junio, ante la embajada de Israel, se celebró una manifestación a la que acudieron no más de un millar de personas. Los asistentes querían expresar su apoyo al pueblo judío por los atentados terroristas que sufre cada día Israel y, al mismo tiempo, manifestar su rechazo a quienes cometen la injusticia de condenar, sistemáticamente, todo derecho israelí a defenderse.

Al terminar tomaron la palabra el embajador de Israel, que agradeció la solidaridad mostrada por los allí presentes, y el director del Instituto Cervantes, Jon Juaristi, que leyó un comunicado en el que condenaba cualquier tipo de terrorismo porque, como dijo, “no existe ninguna causa que pueda justificar actos terroristas contra la población civil”.

El día 10 una pequeña nota en el diario El País daba cuenta de la manifestación de la víspera. El 11, en las páginas reservadas a las cartas de los lectores, una corta misiva de Antonio Elorza acusaba a Israel de estar cometiendo “crímenes contra la humanidad” y, en un arranque de furor patriótico, manifestaba su preocupación por la imagen que de España tendrán los países árabes si se permite que “el director de la institución encargada de difundir la cultura española en el mundo se alinee de este modo contra todo criterio de justicia”.

Juaristi se debió de sentir obligado a responder y entró al capote enviando unas líneas a El País en las que textualmente decía “defenderé siempre el derecho del Estado de Israel a combatir el terrorismo ejercido contra su población y no perderé ocasión de manifestarme contra quienes le imputan crímenes contra la humanidad”.

El martes 18, en la misma sección de cartas, un lector madrileño se hacía portavoz de “otros muchos” que querían unirse al estupor de Antonio Elorza después de leer esta “categórica declaración de principios de Jon Juaristi”.

Pues bien, después de estos cruces de cartas, el día 20 aparece un largo artículo que, dicho sea de paso, poca gente puede haber leído a causa de la jornada de huelga, firmado por Vicente Molina Foix, con el título “El caso Juaristi”. En él se dice que Juaristi había dirigido a los manifestantes “una proclama de apoyo a la política del gobierno de Ariel Sharon”.

Yo estuve en aquella manifestación y puedo dar fe del exquisito cuidado que pusieron, tanto Juaristi como los asistentes, para que fuera un acto “por la paz y contra el terrorismo”. Una cautela que, según se está viendo, era un tanto superflua pues cuando los enemigos de la verdad cuentan las cosas no tienen reparo alguno en mentir descaradamente.

Por otra parte, el artículo de Molina Foix, abunda en estupideces con pretensiones de ecuanimidad, justifica los atentados terroristas perpetrados contra Israel por la situación “de desahucio, pobreza extrema y brutal y continuado acoso militar que los palestinos sufren en su propia tierra” y termina con una frase un tanto extraña que refleja un antisemitismo viscera: “El nombre de Cervantes está manchado por el color de una de las dos sangres”.

¿Qué quiere decir Molina Foix? ¿que Juaristi tiene las manos manchadas de sangre y que ha ensangrentado el buen nombre de nuestro manco de Lepanto?.

Siempre me ha obsesionado no sólo la forma en que una mentira, repetida muchas veces, se convierte en verdad, sino la complicidad que por parte de la población es necesaria para que esa mentira se extienda. Ahora que somos testigos del paulatino renacimiento de un antisemitismo que recorre Europa sería preciso convencer a cada uno de los individuos que forma nuestra sociedad de la irresponsabilidad que supone aceptar como buena cualquier versión que quiera dársele de lo que sucede. Pensar libremente es un derecho, pero sobre todo es un grave y exigente deber.

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