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Alicia Delibes

Dicen que los jóvenes beben para olvidar

En todo este asunto del botellón hay opiniones e interpretaciones para todos los gustos. Algunos hasta aseguran que los adolescentes de hoy beben más que antes porque su futuro es más incierto que lo era el de sus padres o porque quieren olvidar sus penas ahogándolas en el alcohol. El adolescente, sólo por el hecho de serlo, es inseguro, tímido y se encuentra incómodo consigo mismo. Desde que tiene el primer contacto con la bebida se da cuenta de que ésta le ayuda a desinhibirse y a pasarlo bien. Es, pues, totalmente lógico, y así ha sucedido siempre, que cuando salga con los amigos “de marcha” consuma bebidas alcohólicas.

Lo que sí resulta nuevo y preocupante es la edad cada vez más temprana de los protagonistas de las borracheras. Pero si se tiene en cuenta que cuanto más joven es un individuo menos control tiene sobre su voluntad y que los adolescentes de hoy tienen autorización paterna para salir hasta la hora que les dé la gana, tampoco hay que ser un experto para comprender el por qué de esas borracheras nocturnas de chicos y chicas de 16, 15, 14 e incluso 13 años de edad.

Otra de las características de esta “cultura del botellón” que resulta un tanto sorprendente es esa ostentación que hacen ahora los chicos de su estado de embriaguez. Antes el joven borracho disimulaba y escondía su borrachera mientras que ahora gusta de exhibirla en público. Y claro, una cosa es que los jóvenes consuman demasiado alcohol y otra muy distinta, y que no se puede permitir, es el que lo hagan a gritos, ensuciando las calles y “pasando” olímpicamente del derecho que tienen los demás ciudadanos a dormir o a vivir en paz.

Psicólogos y psiquiatras constatan que cada vez es mayor el número de adolescentes que con la personalidad totalmente desencuadernada acuden a sus consultas: anorexias, bulimias, problemas con las drogas, depresiones, ataques de ansiedad. Variadas y múltiples enfermedades psicológicas de los adolescentes de las que ya van siendo pocos los padres que se libran. Resulta curioso que estos chicos que ahora tienen entre 14 y 20 años, que no han conocido ni las necesidades de la posguerra ni la falta de libertades del franquismo, cuya educación ha sido dirigida por el mayor número de expertos que se ha conocido jamás, no sean capaces de incorporarse a la vida adulta sin ayuda psicológica.

Parece evidente que algo debe de estar fallando tanto en la vida familiar como en la educación que se recibe en las escuelas y colegios. Después de treinta años de trato con adolescentes y después de ver cómo se ha ido imponiendo en las familias y en las escuelas una pedagogía basada en el dejar hacer, en la permisividad y en la blandenguería, no me resulta extraño que un niño, al que desde su nacimiento se le ha dejado hacer todo cuanto le ha venido en gana, se encuentre completamente indefenso cuando la adolescencia con todas sus dificultades se le presenta.
En esta lucha entablada contra el botellón, cualquier medida sancionadora o coercitiva estará mal vista por los educadores progresistas que, a pesar del manifiesto fracaso de su pedagogía, no están dispuestos a admitir que se han equivocado, que es un error creer que la mejor forma de educar a un niño es dejarle que siga sus inclinaciones naturales y evitarle cualquier contrariedad. Sigue siendo imposible convencer a un progre de que el niño necesita que le marquen unos límites, de que es bueno para él respetar normas que quizás no entiende, de que debe enseñársele a aceptar la autoridad de sus mayores, de que la disciplina, en fin, es indispensable en la educación.


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