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Alicia Delibes

Educación intercultural

La semana pasada se celebró en Madrid un congreso sobre “Inmigración y Sistemas Educativos”. Por él pasaron algunos expertos internacionales que aportaron datos que pueden resultar de interés para conocer cuáles son las dificultades con las que nos vamos a tener que enfrentar en los próximos años.
Cuando se oye hablar de pedagogía, y en general de educación, es preciso un gran esfuerzo para reconocer argumentos y sacar ideas del retorcido discurso de los conferenciantes ya que la claridad en los argumentos y la precisión de las propuestas no son muy habituales. De todo lo que en este congreso se dijo se podría, no obstante, sacar algunas conclusiones.

En primer lugar, todo el mundo parece tener bastante claro que la lengua es la mayor dificultad que tienen los hijos de inmigrantes para adaptarse al sistema educativo del país que les acoge. Cuando no dominan el idioma, les cuesta mucho adaptarse a las costumbres del país, fracasan en sus estudios, abandonan el sistema escolar demasiado pronto y tienen después serias dificultades para encontrar un buen empleo. Esto podría decirlo cualquier persona con sentido común sin necesidad de asistir a congreso alguno y también parecería sensato que, para afrontar estos problemas, se intensificara la enseñanza de la lengua del país de acogida y se ofreciera a los jóvenes inmigrantes una iniciación profesional que les capacitara para ganarse la vida.

Pues bien, las cosas no son tan fáciles. En primer lugar porque a la progresía le ha dado por el multiculturalismo y el multilingüismo y ve con muy malos ojos que los inmigrantes, por querer aprender la lengua de los “autóctonos”, olviden la suya y, por hacerse a las costumbres de los nativos, pierdan las suyas. Pero es que, además, como esa misma progresía es fanática defensora de la escuela “comprehensiva”, cuida muy mucho de que la educación sea homogénea e igualitaria hasta los 16 años, lo que dificulta enormemente la formación de grupos con programas educativos especiales.

Como era de imaginar, la internacional progresista de la pedagogía tiene su propia estrategia para hacer frente a estos problemas y, así, ha creado un movimiento renovador que critica las clásicas políticas de integración y que apuesta por lo que llama “Educación intercultural”. Por supuesto, tiene su propia jerga. Los considerados “educadores interculturales” no quieren llamar extranjeros a los extranjeros y ni siquiera les gusta que se utilice el término inmigrante. Ellos hablan siempre de individuos pertenecientes a minorías étnicas o a diferente grupo étnico cultural y los hijos de inmigrantes son, para estos educadores, niños de trasfondo cultural distinto.

Este movimiento de nueva creación considera que el inmigrante debe ser “portador, productor y reproductor de su cultura”. Por lo tanto, aunque quiera, no le va a estar permitido perder su identidad, su lengua, sus hábitos alimenticios y, muchísimo menos, su religión. El “educador intercultural” hablará de integración y se manifestará contrario a lo que considera “asimilación”. El objetivo es que ningún niño “autóctono” pueda llegar a pensar que su civilización, su cultura o su religión es superior a la de los otros. Estamos, pues, ante una nueva y peligrosa utopía, la creación de “un hombre nuevo”: el hombre intercultural.

En España, el mayor número de expertos en esta nueva ciencia está en la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. El Parlamento andaluz aprobó en diciembre de 1999 la llamada Ley de Solidaridad en la Educación que tiene como principal objetivo el de ”potenciar el valor de la interculturalidad”. Ahora la Consejería ha puesto en marcha un plan especial llamado de “Atención Educativa del Alumnado Inmigrante” y en él se resalta “la necesidad de superar la perspectiva asimilacionista (sic) que pretende la mera acomodación a la cultura dominante por un enfoque multicultural que respete la diversidad cultural” y su gran reto es “convertir el multiculturalismo en interculturalismo”.

El mundo de la educación se ha convertido en el feudo de la izquierda más dogmática. Es comprensible que oponerse a toda esa pedagogía progresista que ha impuesto sus normas y su lenguaje resulte muy difícil. Sin embargo este asunto de la inmigración es demasiado serio como para que los gobiernos, llamados de derechas, permitan que la izquierda imponga sus principios. No se debe ignorar que tras expresiones tan ridículas como esa de que hay que “superar la perspectiva asimilacionista” se puede esconder el deseo de que en las sociedades occidentales se formen grupos marginados que puedan, llegado el momento, ser utilizados como fuerza revolucionaria y desestabilizadora del sistema capitalista.

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