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Alicia Delibes

El calendario escolar

Cuando se compara nuestro calendario escolar con el de los restantes países europeos, es poco clarificador y, sobre todo, poco fiable fijarse en el número total de días lectivos. Hay países que, por ejemplo, incluyen dentro de las horas lectivas lo que en otros son actividades complementarias. Para comprender bien cuál es la diferencia fundamental entre nuestro calendario y el de otros países de la Unión Europea sería mejor mirar cómo reparten sus vacaciones.

La mayoría de los países de nuestro entorno distribuye sus períodos vacacionales de la forma siguiente: una semana en noviembre, coincidiendo con la fiesta de Todos los Santos, dos semanas en Navidad, una semana en Carnaval, otras dos semanas en Pascua y otra semana más en Pentecostés hacen que sean siete las semanas de vacaciones que disfrutan niños y profesores a lo largo del curso escolar. En verano, lo más frecuente es contar con siete u ocho semanas lo que nos pone en un total de 14 o 15 semanas de vacaciones anuales.

El calendario escolar español no se parece nada al de los países centroeuropeos. Siempre se dijo que era por razones climatológicas. Nuestro verano, demasiado caluroso, impide dar clases durante una buena parte de junio, julio, agosto y principios de septiembre; de ahí que escolares y profesores disfruten de casi tres meses de vacaciones estivales. Siendo así, y para compararnos con los países comunitarios quedaría un máximo de tres semanas a repartir entre Navidad y Pascua.

No creo posible que se adoptara en España el que podría llamarse calendario europeo. Imagínense lo que dirían los padres si les mandaran a casa a los niños una semana por los Santos, otra por Carnaval y otra más por Pentecostés. Parece lógico, pues, que la tradición y el calor obliguen a trasladar estas tres semanas al verano.

Quedaría un margen para alargar un poco las vacaciones de Semana Santa y recortar las de verano, pero nunca se podrá llegar a hacer coincidir las 14 o 15 semanas de asueto escolar con las 4 ó 5 de descanso laboral de los padres. Como decía “El Guerra”, lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.

Cuando se habla de aumentar el calendario escolar tan fácil es adivinar el aplauso con que los padres recibirán la medida como el rechazo que provocará entre el profesorado. Curiosamente, ambas partes utilizarán siempre razones pedagógicas para emboscar sus intereses particulares.

Es natural el deseo de los padres de que sus hijos acudan al colegio cuantas más horas y cuantos más días, mejor. Pero también hay que saber que son los primeros que, cuando quieren tomarse un “puente”, se llevan al niño con ellos aunque pierda una jornada lectiva. Realmente, no les interesa tanto lo que el niño aprenda en la escuela como el que no les dé la lata en casa.

En cuanto a los profesores, se comprende que pongan el grito en el cielo. Cuando se está diciendo que la convivencia en las clases es cada día más difícil, que la violencia ha llegado a las aulas, que cada vez son mayores las bajas por depresión, que no hay ya voluntarios para ocupar la dirección de los centros, les sale la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid con esta propuesta que lo único que hará es prolongar aún más sus difíciles jornadas escolares.

Lo que no puedo explicarme es por qué la Comunidad de Madrid se apresuró a subir el sueldo a los profesores nada más recibir las transferencias. Una subida salarial que podía muy bien haber servido para compensar ahora ese incremento de horas de trabajo que planea poner en práctica. No es la primera vez que la administración educativa reparte los caramelos antes de que llegue el amargo sabor de la medicina.

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