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Alicia Delibes

Libertad de pensamiento

Leo de vez en cuando los artículos de Rosa Montero porque me resulta curioso el esfuerzo que hace esta periodista por mantener el equilibrio sobre la cuerda floja de la incoherencia. Rosa Montero tiene el suficiente olfato como para darse cuenta de que la mayoría de los progres con los que, supongo, alterna son de una deshonestidad intelectual y política escalofriante. Imagino que por eso escribe de vez en cuando algún artículo en el que no oculta la confusión en la que se encuentra sumida.

Puede que me equivoque pero tengo la sensación de que a Rosa Montero le está ahora pasando lo que ya nos ocurrió hace tiempo a muchos progres de su generación. Y es que un día, no sé si porque crecimos en edad y en sabiduría o porque la izquierda cuando llegó al poder ya no pudo disimular sus trampas y falacias, nos caímos del caballo como Saulo, nos dimos cuenta de que nos estábamos dejando tomar el pelo y decidimos utilizar nuestras meninges sin ponerle puertas al campo de nuestro pensamiento.

Todo esto lo digo a cuento de la confusión que la guerra de Irak parece haber sembrado en la conciencia de la periodista. En el artículo que el martes publicó en El País con el título “La histeria”, Rosa Montero denunciaba a “algunos” de los llamados pacifistas porque en el fondo, decía, lo que desean es que la guerra se prolongue y que la situación se tuerza lo más posible para Bush y sus aliados.

Y es que parece que Rosa ha visto claro que Aznar no es un fascista, que la gente de su partido tampoco, que en España no hay más censura que la que imponen los pacifistas totalitarios y que existen “violentos encapuchados”, jóvenes intolerantes y “energúmenos que golpean a los políticos” (del PP). Pero, al lado de todo esto, concede total credibilidad a las denuncias que Amnistía Internacional ha hecho de las duras represiones que las policías de todo el mundo están cometiendo contra manifestantes pacifistas.

Si esta consagrada periodista me lo permitiese, yo le aconsejaría que avanzara un paso más para no quedarse en la cuerda floja, que no guardara extrañas fidelidades y se atreviera, por ejemplo, a dudar de vez en cuando de la veracidad de las informaciones que proporcionan las organizaciones de carácter humanitario. Le aconsejaría que no tuviera miedo a la intemperie donde, aunque como dice Jon Juaristi hace bastante frío, es el único lugar en el que se puede disfrutar de la libertad más preciada de todas, la de pensamiento.

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