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Alicia Delibes

¡Más madera!

La oposición se empeña en demostrar que la educación va mal porque España gasta en ella cada vez menos dinero. Nos presentan tablas, cuadros y gráficos que muestran cómo en los últimos 10 años el porcentaje en gasto educativo del PIB ha descendido en nuestro país. Si entramos al trapo de la discusión monetaria habría que pedirles que, por favor, no escamotearan un dato esencial: el descenso de población estudiantil que se ha producido en los últimos años.

En el curso 95-96 había 9 211 750 alumnos matriculados mientras que en el curso 2000-01 sólo había 8 434 427. El año 1996, último año con presupuesto socialista, el gasto público en educación fue de 3 647 900 millones de pesetas y en el 2001 fue de 4 847100 millones.

Si calculamos el gasto por alumno resultaría que en 1996 se gastaron 396 000 pesetas por alumno mientras que en el 2001 fueron 574 680, lo que supone una subida de aproximadamente el 45%. Una extraordinario incremento que no aparece nunca en los artículos que defienden la necesidad de aumentar el gasto público en educación.

Cuando a esos “renovadores permanentes de la LOGSE”, que andan por este proceloso mundo educativo y que no paran de pedir al Estado que invierta más en educación, se les pregunta para qué hace falta más dinero, acostumbran a soltar una lista de “inversiones” tan larga como apabullante: “se precisa más dinero para atender a la diversidad, más dinero para modernizar las aulas, más dinero para tener profesores de apoyo, más dinero para comprar proyectores, vídeos y ordenadores, más dinero para limpiar los desconchones de las paredes, más dinero para… “

Al oírles me viene siempre a la memoria aquella magnífica escena de “Los hermanos Marx en el Oeste” en la que uno de ellos gritaba “¡madera, más madera!” mientras el otro iba destrozando vagones para hacer andar una vieja máquina de carbón.

Y es que resulta que se pide más dinero para profesores de apoyo cuando sabemos que cada vez hay más orientadores escolares y pedagogos en los centros públicos que no imparten clases y, sin embargo, no se puede castigar a un alumno a una sala de estudio o a que vaya por la tarde a estudiar al instituto porque no es posible conseguir un “sacrificado” vigilante.

Se pide más dinero para modernizar las aulas y resulta, que tan habitual es pintar las paredes de los institutos todos los veranos como imposible conseguir que, una semana después de iniciado el curso, no estén embadurnadas por pintadas y grafitis más o menos ingeniosos, insultantes o artísticos. Ocurre también que las salas de informática, de vídeo o de televisión, a pesar de tener múltiples llaves de seguridad, sufren constantes asaltos y robos.

Así que, a lo mejor, llegamos a la misma conclusión que la izquierda: por mucho dinero que el Estado invierta en educación, nunca será suficiente, la máquina infernal consume toda la madera que le echen. Claro que si los pedagogos y expertos consideraran que uno de esos valores prioritarios en la educación es el respeto por lo público, si los profesores se molestaran por inculcar en sus alumnos la idea, que ellos olvidan con frecuencia, de que eso que llaman gratuito cuesta mucho dinero, y alguien lo tiene que estar pagando, entonces estoy segura de que no sólo se podría reducir enormemente el gasto público en educación sino que, además, empezaríamos a comprobar que los resultados de la enseñanza son mucho mejores.


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